- Al fin estás acá - le había dicho aquella noche sin luna y sin Dios - Al fin te tengo.
Un anciano marchito y herido respiraba agitado en el suelo, de rodillas. Su barba y su cabello cano estaban sucios de sangre que le salió a golpes y de tierra en la que caía cada vez que el hombre joven que hablaba lo golpeaba. Cada bocanada de aire era una hazaña que se complementaba con el castigo angustioso de sus costillas rotas al crujir.
- Jaja, al fin estás acá - le había dicho de nuevo con júbilo. En esa noche era joven, hoy cumple la edad en la que ese anciano fue golpeado hasta morir, pero esa era su oportunidad, tanto tiempo lo había buscado, tanto tiempo habían luchado a escondidas...
Otro golpe le había asestado y el anciano se había revolcado. No paró hasta oír cada hueso romperse, no paró hasta que la sangre lo cubrió todo. No paró hasta que sus puños golpearon una roja masa carnosa, deforme y sin vida.
El hombre joven ya no lo es, tiene manchas hepáticas en su piel arrugada y áspera, músculos inútiles, piernas que no funcionan. También su mente envejeció.
- No debí haberlo hecho... - repite cada noche en sueños carceleros - No, no debí...
Miedo y remordimiento mantienen al viejo con vida. Reza cada mañana al pequeño altar de su mansión al que su asistente lo lleva. No quiere morir por una simple razón: ¿dónde lo mandaría Dios, el mismo que estuvo ausente aquella noche, que no tuvo clemencia con el anciano que era asesinado con tanto sufrimiento y que no impidió el hecho brutal y monstruoso que se llevo acabo? La idea de que Dios y él eran cómplices, a pesar de que no le aseguraba nada, le agradaba, pero por las noches se preguntaba si el Señor también se sentía culpable.
- Para ser enemigos, no éramos tan diferentes. - dijo el hoy anciano una tarde en la que aún podía caminar y soportar sus penas, sobre la tumba de su enemigo.
Se cumplen cuarenta años de aquel episodio.
El parapléjico está en la cama y percibe un susurro ligero, una brisa. Luego una ventisca. Sabe que es lo que pasa. El ruido de pasos rengos y débiles en el pasillo se hace cada vez mas sonoro y evidente, el intruso no tiene ningun temor en ser descubierto pues nadie podría verlo, excepto la persona a la que busca.
El hombre acostado ve como por el umbral de la puerta se acerca una figura.
- Tenes razón, no eramos tan diferentes - dice la sombra que, sin ser vista, despide una sensación repulsiva al arrastrar sus palabras apenas entendibles al casi no tener huesos sanos en el rostro. El parapléjico cierra los ojos con fuerza, no quiere ver como cuarenta años de descomposición convirtieron a aquella masa roja y muerta que él había dejado.
- Nada diferentes... - vuelve a hablar, y ésta vez el aliento le llega al hombre acostado, que no tiembla y afronta el final.
A la mañana siguiente, el asistente encuentra a su jefe muerto por razón desconocida. Huellas inexplicables de barro y suciedad llegan hasta el recién fallecido, pese a que las cámaras de seguridad no habían grabado a nadie.
Los enemigos murieron uno a manos del otro.
lunes, agosto 24, 2009
viernes, agosto 14, 2009
Duelo
- Un tren. - dice el hombre robusto, erosionado sin piedad por el tiempo que le dejó marcas en su rostro y en sus gestos, mientras exhala el último suspiro de humo de cigarrillo.
- Un tren. - repite le otro, más viejo, mientras admira el vaso que contiene la mitad de whisky que hace treinta segundos.
Ambos tienen a sus ojos entretenidos en el museo atemporal de la memoria, contemplando figuras de tiempos indefinibles y dudosos, días soleados que no se ven ahora en el horizonte... e imágenes de enfermedad.
- ¿La veía el doctor? - pregunta el hombre luego de apagar el cigarrillo que no sabe cuando se consumió.
- Creo. - responde el otro - Tengo entendido que seguía yendo. Estuvo internada, ¿sabes? Pero costaba demasiado, y sufría decían, y en el Moyano no la iban a poner...
- ¿Por qué un tren...? - pregunta al aire uno, como lamento y no como queja, luego de horas que solo fingieron pasar mientras el lugar se inundaba en melancolía - Terminar así...
Uno toma el vaso gris y bebe el resto del whisky sin sabor, el otro fuma y siente polvo en la boca, pero ambos siguen con su vicio de descarga. Esporádicas imágenes pasan al azar frente a sus ojos, desde abrazos hasta discuciones y llantos y gritos de bronca. En la memoria hay color, en el mundo no. La memoria sabe dulce. La memoria es cálida, es cariñosa. Te abraza. Te reís con ella. Lloras con ella.
- La memoria es irreal. - dice uno, y es aceptado por el otro.
Termina el cigarrillo. Traga el último sorbo de whisky.
Llegan al lugar donde la gente devastada se reúne con atuendos negros.
- Lo peor que tiene la idea de la muerte - dice uno a su mente, mientras ve el cajón cerrado y asegurado - es la cantidad de dudas que trae, hijos nefastos de los que todos nos asustamos al verlos o al encontrarlos en lugares o momentos inesperados. Nadie se pregunta nada hasta que no llega la idea de muerte, y esto nubla todo ideal, pudiendonos llevar a decisiones equivocadas... Si tan solo fuera posible ser objetivo... Si la muerte no envolviese todo con su sombra gris...
Deja la rosa y se va.
- Un tren. - repite le otro, más viejo, mientras admira el vaso que contiene la mitad de whisky que hace treinta segundos.
Ambos tienen a sus ojos entretenidos en el museo atemporal de la memoria, contemplando figuras de tiempos indefinibles y dudosos, días soleados que no se ven ahora en el horizonte... e imágenes de enfermedad.
- ¿La veía el doctor? - pregunta el hombre luego de apagar el cigarrillo que no sabe cuando se consumió.
- Creo. - responde el otro - Tengo entendido que seguía yendo. Estuvo internada, ¿sabes? Pero costaba demasiado, y sufría decían, y en el Moyano no la iban a poner...
- ¿Por qué un tren...? - pregunta al aire uno, como lamento y no como queja, luego de horas que solo fingieron pasar mientras el lugar se inundaba en melancolía - Terminar así...
Uno toma el vaso gris y bebe el resto del whisky sin sabor, el otro fuma y siente polvo en la boca, pero ambos siguen con su vicio de descarga. Esporádicas imágenes pasan al azar frente a sus ojos, desde abrazos hasta discuciones y llantos y gritos de bronca. En la memoria hay color, en el mundo no. La memoria sabe dulce. La memoria es cálida, es cariñosa. Te abraza. Te reís con ella. Lloras con ella.
- La memoria es irreal. - dice uno, y es aceptado por el otro.
Termina el cigarrillo. Traga el último sorbo de whisky.
Llegan al lugar donde la gente devastada se reúne con atuendos negros.
- Lo peor que tiene la idea de la muerte - dice uno a su mente, mientras ve el cajón cerrado y asegurado - es la cantidad de dudas que trae, hijos nefastos de los que todos nos asustamos al verlos o al encontrarlos en lugares o momentos inesperados. Nadie se pregunta nada hasta que no llega la idea de muerte, y esto nubla todo ideal, pudiendonos llevar a decisiones equivocadas... Si tan solo fuera posible ser objetivo... Si la muerte no envolviese todo con su sombra gris...
Deja la rosa y se va.
lunes, agosto 10, 2009
Seirến
La carabela se balanceaba a babor y a estribor sin rumbo fijo entre las olas salvajes creadas en la tempestad. El diluvio era perpetuo y titánico, y junto con las olas más grandes que hayan existido en los mares, se formaba un despiadado intento por destruir el barco herido.
Cada segundo era interminable y destructivo para la embarcación. La tripulación intentaba sostenerse, pero con el paso del tiempo y de las olas feroces sobre la cubierta, pocos lo lograban y el resto caía al mar para ser arrastrados hasta el fondo del suelo marino, donde tenían lugar los más tenebrosos monstruos de la naturaleza. El capitán ordenaba que resistieran, pues el dolor y el terror valían la pena al pensar en lo que podían atrapar, la idea de llegar a Su isla valía cualquier precio... El capitán era un hombre de tez recia y áspera, su abundante cabello cano enseñaba su edad madura y le daba un aire de sabio misticismo que, junto con su ruda manera de ser, lo convertían en un lider incuestionable.
No debía de ser más del mediodía, pero en aquel lugar perdido del océano era la mas terrible noche, la oscuridad reinaba en ese infierno acuoso y frío, y en el agua y en el viento se percibían sensaciones anormales. Todos los tripulantes sentían que eran observados pese a estar acompañados solo de agua, y algunos empezaron a oír voces. Voces dulces, voces suaves. Voces melódicas, armoniosas. Voces cálidas, hermosas, celestiales.
Pasaba el tiempo y el clima, con lentitud, mejoraba. La tripulación sobreviviente - no mas de una decena de personas- estaba dichosa, mientras que el capitán, no. El capitan temía más que nunca.
Los hombres empapados celebraban y rezaban a medida que el barco dañado seguía avanzando con solo un mástil luego de la batalla contra la tormenta en la que salieron victoriosos. Las voces también se hacían más claras y parecían estar más cerca a cada instante; parecían unas mil voces formando un coro perfecto, unos seres santos y mágicos que venían a ayudar a unas personas que habían sufrido tanto. El capitán estaba enterado de esto y viró hacia otra dirección, tratando de resistir el encanto de las voces. La tripulación lo notó, y sin la necesidad de comunicarse, todos juntos se amotinaron. Ataron al capitan al único mástil, y se dirijieron hacia las voces perdiéndose en la inmensidad desierta e inexplorada del mar.
Todos los hombres sonreían menos el capitán, que vociferaba con su voz ronca y tuvo que ser amordazado.
La carabela avanzaba sobre el agua más calma que hayan conocido; no causaban ondas en la superficie y ni los peces se animaban a dañar esa paz repentina. Solo en la mente del capitán persistía el recuerdo del limbo anterior.
Llegaron hasta un punto en que las voces llenaban el aire y los corazones con su armonía. El viento dejó de soplar y se quedaron varados, pero a nadie parecía importarle.
Un movimiento en el agua. Todos escucharon el pequeño murmullo de un cuerpo nadando en la superficie, y todos fueron a ver.
Unas mujeres hermosas nadaban desnudas en el agua con sensuales movimientos, y mientras nadaban, de sus labios salía ese divino canto de amor empíreo. Los hombres las miraban con deseo incontrolable propio de los marinos, pero a la vez tenían los ojos llorosos por observar y escuchar tanta belleza. Poco duraron los hombres a bordo del barco, todos se tiraron de cabeza al mar, sin poder resistir ni desperdiciar el llamado de esas mujeres. Cuando el último de la tripulación dejó la cubierta, ellas sonrieron con malicia. Dejaron ver sus dientes filosos y desproporcionados, y nadaron hasta los hombres con hambrienta necesidad.
Una masacre sangrienta tuvo lugar en esa oculta región. Los hombres se consumieron en terror al ver el rostro de esas mujeres sufrir metamorfosis repulsivas e incondedibles: cada una se transformaba en un engendro horrible, con una boca que crecía a medida que se acercaba a su presa hasta parecer una boca de tiburón o tal vez mayor, y todos vieron su error principal cuando, al sumergirse la primera de esas mujeres asesinas, debajo de su cintura observaron como una verde azulada capa de escamas formaba una aleta enorme que las impulsaba. Eran sirenas.
Ninguna tenía idea de la existencia del capitán, y por eso cuando terminaron su banquete, se fueron. El único ser vivo que quedaba sobre la carabela había visto a los hombres tirarse al mar, trató de detenerlos, pero no podía hablar, y aunque hubiera podido, sabía que ya estaban bajo el encanto innegable de las sirenas; luego escuchó los gritos y aullidos de terror de sus hombres, junto con el chapoteo que hacían al resistirse, pero sobrevivir ya era imposible.
En poco tiempo, el mar volvió a ser el mar: las olas volvieron, el viento sopló de nuevo, y el barco con solo el capitán a bordo empezó a moverse. Éste pudo escapar de sus cadenas y tomó el control del barco. Sin tripulación era imposible seguir con el viaje que había planeado al zarpar, la isla que había visto volvía a ser solo una fantasía lejana, ahora la cuestión era volver a la civilización y encontrar la salida de mundo de seres mágicos y peligrosos.
Cada segundo era interminable y destructivo para la embarcación. La tripulación intentaba sostenerse, pero con el paso del tiempo y de las olas feroces sobre la cubierta, pocos lo lograban y el resto caía al mar para ser arrastrados hasta el fondo del suelo marino, donde tenían lugar los más tenebrosos monstruos de la naturaleza. El capitán ordenaba que resistieran, pues el dolor y el terror valían la pena al pensar en lo que podían atrapar, la idea de llegar a Su isla valía cualquier precio... El capitán era un hombre de tez recia y áspera, su abundante cabello cano enseñaba su edad madura y le daba un aire de sabio misticismo que, junto con su ruda manera de ser, lo convertían en un lider incuestionable.
No debía de ser más del mediodía, pero en aquel lugar perdido del océano era la mas terrible noche, la oscuridad reinaba en ese infierno acuoso y frío, y en el agua y en el viento se percibían sensaciones anormales. Todos los tripulantes sentían que eran observados pese a estar acompañados solo de agua, y algunos empezaron a oír voces. Voces dulces, voces suaves. Voces melódicas, armoniosas. Voces cálidas, hermosas, celestiales.
Pasaba el tiempo y el clima, con lentitud, mejoraba. La tripulación sobreviviente - no mas de una decena de personas- estaba dichosa, mientras que el capitán, no. El capitan temía más que nunca.
Los hombres empapados celebraban y rezaban a medida que el barco dañado seguía avanzando con solo un mástil luego de la batalla contra la tormenta en la que salieron victoriosos. Las voces también se hacían más claras y parecían estar más cerca a cada instante; parecían unas mil voces formando un coro perfecto, unos seres santos y mágicos que venían a ayudar a unas personas que habían sufrido tanto. El capitán estaba enterado de esto y viró hacia otra dirección, tratando de resistir el encanto de las voces. La tripulación lo notó, y sin la necesidad de comunicarse, todos juntos se amotinaron. Ataron al capitan al único mástil, y se dirijieron hacia las voces perdiéndose en la inmensidad desierta e inexplorada del mar.
Todos los hombres sonreían menos el capitán, que vociferaba con su voz ronca y tuvo que ser amordazado.
La carabela avanzaba sobre el agua más calma que hayan conocido; no causaban ondas en la superficie y ni los peces se animaban a dañar esa paz repentina. Solo en la mente del capitán persistía el recuerdo del limbo anterior.
Llegaron hasta un punto en que las voces llenaban el aire y los corazones con su armonía. El viento dejó de soplar y se quedaron varados, pero a nadie parecía importarle.
Un movimiento en el agua. Todos escucharon el pequeño murmullo de un cuerpo nadando en la superficie, y todos fueron a ver.
Unas mujeres hermosas nadaban desnudas en el agua con sensuales movimientos, y mientras nadaban, de sus labios salía ese divino canto de amor empíreo. Los hombres las miraban con deseo incontrolable propio de los marinos, pero a la vez tenían los ojos llorosos por observar y escuchar tanta belleza. Poco duraron los hombres a bordo del barco, todos se tiraron de cabeza al mar, sin poder resistir ni desperdiciar el llamado de esas mujeres. Cuando el último de la tripulación dejó la cubierta, ellas sonrieron con malicia. Dejaron ver sus dientes filosos y desproporcionados, y nadaron hasta los hombres con hambrienta necesidad.
Una masacre sangrienta tuvo lugar en esa oculta región. Los hombres se consumieron en terror al ver el rostro de esas mujeres sufrir metamorfosis repulsivas e incondedibles: cada una se transformaba en un engendro horrible, con una boca que crecía a medida que se acercaba a su presa hasta parecer una boca de tiburón o tal vez mayor, y todos vieron su error principal cuando, al sumergirse la primera de esas mujeres asesinas, debajo de su cintura observaron como una verde azulada capa de escamas formaba una aleta enorme que las impulsaba. Eran sirenas.
Ninguna tenía idea de la existencia del capitán, y por eso cuando terminaron su banquete, se fueron. El único ser vivo que quedaba sobre la carabela había visto a los hombres tirarse al mar, trató de detenerlos, pero no podía hablar, y aunque hubiera podido, sabía que ya estaban bajo el encanto innegable de las sirenas; luego escuchó los gritos y aullidos de terror de sus hombres, junto con el chapoteo que hacían al resistirse, pero sobrevivir ya era imposible.
En poco tiempo, el mar volvió a ser el mar: las olas volvieron, el viento sopló de nuevo, y el barco con solo el capitán a bordo empezó a moverse. Éste pudo escapar de sus cadenas y tomó el control del barco. Sin tripulación era imposible seguir con el viaje que había planeado al zarpar, la isla que había visto volvía a ser solo una fantasía lejana, ahora la cuestión era volver a la civilización y encontrar la salida de mundo de seres mágicos y peligrosos.
lunes, agosto 03, 2009
Futuro sombrío
La calle estaba vacía, ni un alma rondaba la manzana. El empedrado, las baldozas y las casas, todo de color gris, daba un resplandor triste y desolado. Dos personas que venían de lados opuestos se iban a cruzar pronto en una esquina allí cerca.
Las dos personas que esperábamos aparecieron a la hora en la cual habían acordado.
Uno llevaba un sobretodo marrón claro y la otra persona otro igual pero más oscuro, aunque todo se veía gris a las luces de los faroles. Otros compañeros y yo estábamos buscando a los neomarxistas subversivos traidores a la patria, y nos habíamos infiltrado en una de sus redes. Fue increible la valentía del compañero García para poder soportar la companía de esos homosexuales y liberales, pero gracias a su esfuerzo habíamos descubierto a estos dos delincuentes que pretendían una revolución en nuestra buena tierra.
El hombre de sobretodo oscuro llegó a una esquina donde había un farol dubitativo y palpitante, y dobló en un callejón; el de sobretodo claro miró sobre su hombro antes de hacer lo mismo.
Habíamos encontrado una de sus guaridas mas importantes. Se decía que allí se almacenaban materiales imprescindibles para la doctrina comunista, y eliminar aquel lugar de morbo y decadencia era vital.
Ambas personas entraron por una pequeña puerta corroída por la humedad, aún sin hablarse ni mirarse. Una vez dentro, sin prender las luces, atravesaron con dificultad un cuarto atestado de libros; en las paredes, en los muebles y hasta en el piso, apilados de forma desprolija, había obras de diferentes autores como Shakespeare, Platón o Poe, obras religiosas como Biblias o el Corán, y textos científicos como "La creación del Universo" de Hawking o "El origen de las especies" de Darwin; en fin, libros que se salvaron de la última quema organizada por la policia.
Los compañeros empezaron a movilizarse. Dos decenas de nosotros estábamos en la calle, en la esquina, esperando la señal del jefe, que se encontraba en el techo de enfrente a la guarida de los delincuentes, observando todo. Poco a poco nos fuimos acercando en silencio al lugar donde se encontraban los traidores, con nuestras armas sin el seguro y con nuestras camionetas listas para llevarlos presos, aunque eso era poco probable que sucediera...
Los dos hombres llegaron hasta una habitación en la que sí podían hablar, pero la conversación fue corta y concisa.
- Están afuera.
- Sí.
Con un instrumento partimos la puerta y yo fui uno de los primeros en entrar. Chocamos todos con unas cosas de papel, creo que se llaman libros, hacía mucho que no se hacían de esos y tener alguno sin permiso expreso del Gobierno era un delito grave, y por lo que me contaron luego, eran libros muy peligrosos. No entendí como unas cosas de papel con letras podían ser peligrosos, pero no me pagan por pensar. Tiramos y pateamos todos los libros que nos cruzamos, pero luego vimos que eran demasiados y pedí que trajeran combustible. Entramos en otra habitación, y ahí estaban los traidores, sentados uno al lado del otro, sin hablarse. Tanto asco me dieron esas dos cosas ahí sentadas que con mis compañeros no pudimos contenernos y los golpeamos con furia y repugnancia. Uno quedó inconciente, el otro seguía con la mente enfocada (si es que esos cerdos pueden tener una mente y no un envase de diabólicos mandados.)
Los dos hombres fueron golpeados brutalmente. Huesos rotos tenían por montones, y parecía haber mas sangre en el piso que en sus cuerpos. Sabían que los estaban vigilando, era muy dificil no ser perseguido, hicieras algo en contra del Gobierno o no, y no se podía zafar por siempre: tenían gente en lugares públicos como plazas y hospitales, ni hablar de las iglesias, sin contar los micrófonos que ponían las empresas de cable y de teléfono en el momento de la instalación. Todo el mundo era vigilado, en todos lados había ojos, en todos lados había oídos.
El jefe vino. Dejó solo a unos cuantos de nosotros y nos encargó rociar el lugar con los bidones de gasolina que yo había pedido. Algo risueño, cumplí con mi deber ciudadano de seguir las órdenes, y mi orgullo fue mayor cuando el jefe me habló: "Dame lo que te queda" fueron sus palabras. "Señor, sí, señor" fue mi respuesta nerviosa. Luego dirigió unas palabras a los infrahumanos que estaban tirados en el piso.
- ¿Cuando aprenderá la gente como ustedes, subversivos de mierda, el orden de las cosas? ¡¿Quieren hacer a todos como ustedes, comunistas, rusos hijos de puta?! - dijo mientras rociaba a los delincuentes - ¡Esto es lo que se merecen!
El jefe de policía echó la gasolina que quedaba a esos dos hombres, y cuando sus lacayos salieron, fue él quien tiró su cigarrillo y comenzó el incendio. Llamas azules comenzaron a devorarlo todo. Enseguida los libros ardían junto con la casa, y los dos hombres heridos gritaban y aullaban al sentir al fuego consumir su carne. El jefe y los policias observaron el espectáculo con asombrado regocijo. Fue el final de dos personas cuyo único delito fue ser amantes de los libros.
Todo se quemaba, todo se volvía negro y mas pequeño, y los hombres gritaban y se retorcían con gestos del más terrible dolor mientras de su boca salía un líquido espeso y desconocido para mi, y sus ojos se derretían... en fín, algo hermoso. Entre sonrisas y congratulaciones fuimos hasta una patrulla, satisfechos con haber cumplido nuestro deber y haber mantenido la ciudad a salvo. Es un privilegio y un honor servir a la sociedad de esta forma.
Las dos personas que esperábamos aparecieron a la hora en la cual habían acordado.
Uno llevaba un sobretodo marrón claro y la otra persona otro igual pero más oscuro, aunque todo se veía gris a las luces de los faroles. Otros compañeros y yo estábamos buscando a los neomarxistas subversivos traidores a la patria, y nos habíamos infiltrado en una de sus redes. Fue increible la valentía del compañero García para poder soportar la companía de esos homosexuales y liberales, pero gracias a su esfuerzo habíamos descubierto a estos dos delincuentes que pretendían una revolución en nuestra buena tierra.
El hombre de sobretodo oscuro llegó a una esquina donde había un farol dubitativo y palpitante, y dobló en un callejón; el de sobretodo claro miró sobre su hombro antes de hacer lo mismo.
Habíamos encontrado una de sus guaridas mas importantes. Se decía que allí se almacenaban materiales imprescindibles para la doctrina comunista, y eliminar aquel lugar de morbo y decadencia era vital.
Ambas personas entraron por una pequeña puerta corroída por la humedad, aún sin hablarse ni mirarse. Una vez dentro, sin prender las luces, atravesaron con dificultad un cuarto atestado de libros; en las paredes, en los muebles y hasta en el piso, apilados de forma desprolija, había obras de diferentes autores como Shakespeare, Platón o Poe, obras religiosas como Biblias o el Corán, y textos científicos como "La creación del Universo" de Hawking o "El origen de las especies" de Darwin; en fin, libros que se salvaron de la última quema organizada por la policia.
Los compañeros empezaron a movilizarse. Dos decenas de nosotros estábamos en la calle, en la esquina, esperando la señal del jefe, que se encontraba en el techo de enfrente a la guarida de los delincuentes, observando todo. Poco a poco nos fuimos acercando en silencio al lugar donde se encontraban los traidores, con nuestras armas sin el seguro y con nuestras camionetas listas para llevarlos presos, aunque eso era poco probable que sucediera...
Los dos hombres llegaron hasta una habitación en la que sí podían hablar, pero la conversación fue corta y concisa.
- Están afuera.
- Sí.
Con un instrumento partimos la puerta y yo fui uno de los primeros en entrar. Chocamos todos con unas cosas de papel, creo que se llaman libros, hacía mucho que no se hacían de esos y tener alguno sin permiso expreso del Gobierno era un delito grave, y por lo que me contaron luego, eran libros muy peligrosos. No entendí como unas cosas de papel con letras podían ser peligrosos, pero no me pagan por pensar. Tiramos y pateamos todos los libros que nos cruzamos, pero luego vimos que eran demasiados y pedí que trajeran combustible. Entramos en otra habitación, y ahí estaban los traidores, sentados uno al lado del otro, sin hablarse. Tanto asco me dieron esas dos cosas ahí sentadas que con mis compañeros no pudimos contenernos y los golpeamos con furia y repugnancia. Uno quedó inconciente, el otro seguía con la mente enfocada (si es que esos cerdos pueden tener una mente y no un envase de diabólicos mandados.)
Los dos hombres fueron golpeados brutalmente. Huesos rotos tenían por montones, y parecía haber mas sangre en el piso que en sus cuerpos. Sabían que los estaban vigilando, era muy dificil no ser perseguido, hicieras algo en contra del Gobierno o no, y no se podía zafar por siempre: tenían gente en lugares públicos como plazas y hospitales, ni hablar de las iglesias, sin contar los micrófonos que ponían las empresas de cable y de teléfono en el momento de la instalación. Todo el mundo era vigilado, en todos lados había ojos, en todos lados había oídos.
El jefe vino. Dejó solo a unos cuantos de nosotros y nos encargó rociar el lugar con los bidones de gasolina que yo había pedido. Algo risueño, cumplí con mi deber ciudadano de seguir las órdenes, y mi orgullo fue mayor cuando el jefe me habló: "Dame lo que te queda" fueron sus palabras. "Señor, sí, señor" fue mi respuesta nerviosa. Luego dirigió unas palabras a los infrahumanos que estaban tirados en el piso.
- ¿Cuando aprenderá la gente como ustedes, subversivos de mierda, el orden de las cosas? ¡¿Quieren hacer a todos como ustedes, comunistas, rusos hijos de puta?! - dijo mientras rociaba a los delincuentes - ¡Esto es lo que se merecen!
El jefe de policía echó la gasolina que quedaba a esos dos hombres, y cuando sus lacayos salieron, fue él quien tiró su cigarrillo y comenzó el incendio. Llamas azules comenzaron a devorarlo todo. Enseguida los libros ardían junto con la casa, y los dos hombres heridos gritaban y aullaban al sentir al fuego consumir su carne. El jefe y los policias observaron el espectáculo con asombrado regocijo. Fue el final de dos personas cuyo único delito fue ser amantes de los libros.
Todo se quemaba, todo se volvía negro y mas pequeño, y los hombres gritaban y se retorcían con gestos del más terrible dolor mientras de su boca salía un líquido espeso y desconocido para mi, y sus ojos se derretían... en fín, algo hermoso. Entre sonrisas y congratulaciones fuimos hasta una patrulla, satisfechos con haber cumplido nuestro deber y haber mantenido la ciudad a salvo. Es un privilegio y un honor servir a la sociedad de esta forma.
sábado, agosto 01, 2009
El peor destino (el Caminante IV)
Caminaba por el sendero de tierra cuando una bandada pequeña de gorriones pasó apenas sobre él. Sonrió al verlos proyectarse por el aire, pero tal sonrisa se le esfumó al ver que el vuelo era nervioso y alarmado. Llegó a la curva y dobló por ella, pronto llegaría a la cabaña por el camino más bello que conocía y el que a la mañana había sido una bendición...
Un momento de duda. ¿Un detalle, tal vez?. No, más que eso. Se detuvo. Algo estaba mal. No estaba así. No podía estar así. ¿Los árboles giraron contra él? ¿La naturaleza acababa de decidir que lo detestaba?
- ¿Qué cambió? - dijo al aire petrificado, diferente del que había estado sintiendo.
Una gota solitaria nació en su nuca y bajó por su espalda, contagiando a su cuerpo la densa tensión del aire. Un viento animal apareció de repente para sacudir todas las hojas de los numerosos árboles, creando un sonido extraño y perturbador de campanillas creadas a base de flores muertas que logró transformar su preocupación en miedo.
- ¿Qué... qué cambió?...
"¿Estaba nublado recién?" se preguntó. Le parecía que no, pero debía de estar equivocado. El cielo estaba carbonizado a pesar de que recordaba con claridad la tibieza del Sol en su rostro hace minutos, cuando no lo tapaban los árboles del bosque. ¡Por Dios, tenía la gorra puesta, había Sol segundos atrás!. Recordaba también hace solo un rato el calor cómodo y clásico del final de la primavera, donde el verde es el más vivo de los colores, y de repente todo se había vuelto gris: comprendió que las flores y los árboles, lejos de querer infundirle miedo como había pensado, también sentían el profundo terror del ambiente, él y toda la vida de allí estaban siendo víctimas de algo innombrable y maléfico.
A la distancia, un ligero ruido acompasado. Una rama se rompió no muy lejos de aquel hombre. Tuvo frío. Empezó a tiritar.
Los segundos se negaban a pasar. Lo único que podía escuchar era el golpeteo de sus dientes por el movimiento de sus mandíbulas y los golpes apresurados de su corazón que temía no volver a latir. El viento había escapado, al igual que el aire; los animales e insectos la mayoría había muerto. No sabía como, sólo lo sabía.
El ruido acompasado de nuevo, más cerca. Ni su corazón se animó a opacar a ese ruido, a esos pasos cada vez mas cercanos...
Y apareció. De entre los árboles sin vida surgieron todos los miedos del hombre. La soledad estaba allí, junto con la locura, y junto con la desesperación, el abandono, el pánico, el terror, la muerte. Todo estaba allí, rodeado de sombras que ese ser expandía a su placer.
Del ente que salió del bosque, lo primero que vio fue su cabello rojo de tenebrosa concepción, que caía por su nuca, era encerrado en su cabeza por un sombrero negro chato, y que chocaba con una campera de cuero oscuro en el final, pero lo mas notable era la palidez mortal y la macabra expresión de su sonrisa, intimidante como nada más en el mundo.
La criatura sobrehumana enfundada en cuerpo de hombre lo observó unos instantes, y él hombre, a pesar de que no podía ver los ojos de eso por la poco casual sombra que tapaba parte de su rostro, sentía que la mirada no se centraba en su carne, sino que se centraba en su alma, que estaba indefensa contra el depredador que la observaba.
Adelante en el camino había algo irreal, algo que las leyes del universo no deberían permitir: una criatura irreconocible, poderosa, oscura, sin forma y recluida en un cuerpo que no envejece.
- Me dicen "El Caminante de Ojos Negros..." - dijo la criatura.
El hombre comenzó a llorar en silencio mientras su vida se deformaba poco a poco. Quiso suplicar pero no tuvo valor, no era capaz de atreverse a formular una pregunta, ni siquiera una tan miserable. Solo quería morir rápido, que la tortura acabase. Pero no tuvo esa suerte.
- Te necesito - dijo de nuevo el ente - y vas a acompañarme.
- Sí, lo acompañaré...
- Por siempre.
- Por siempre.
Era imposible resistirse, la primer palabra ya había roto el vidrio fino que protegía su cordura, y las demás terminaron por destrozar su sentido de la realidad y de lo imposible.
Estaba condenado.
La criatura se acercó, y el hombre que había existido en ese envase llamado cuerpo se perdió para siempre, quedó acorralado en su propia mente sin ni siquiera tratar de escapar porque sabía que afuera estaba eso, quedó encerrado viéndolo todo sin poder ser obedecido por sus propios músculos, viendo a eso que lo dominaba por completo.
El único destino peor que la muerte era el suyo.
Un momento de duda. ¿Un detalle, tal vez?. No, más que eso. Se detuvo. Algo estaba mal. No estaba así. No podía estar así. ¿Los árboles giraron contra él? ¿La naturaleza acababa de decidir que lo detestaba?
- ¿Qué cambió? - dijo al aire petrificado, diferente del que había estado sintiendo.
Una gota solitaria nació en su nuca y bajó por su espalda, contagiando a su cuerpo la densa tensión del aire. Un viento animal apareció de repente para sacudir todas las hojas de los numerosos árboles, creando un sonido extraño y perturbador de campanillas creadas a base de flores muertas que logró transformar su preocupación en miedo.
- ¿Qué... qué cambió?...
"¿Estaba nublado recién?" se preguntó. Le parecía que no, pero debía de estar equivocado. El cielo estaba carbonizado a pesar de que recordaba con claridad la tibieza del Sol en su rostro hace minutos, cuando no lo tapaban los árboles del bosque. ¡Por Dios, tenía la gorra puesta, había Sol segundos atrás!. Recordaba también hace solo un rato el calor cómodo y clásico del final de la primavera, donde el verde es el más vivo de los colores, y de repente todo se había vuelto gris: comprendió que las flores y los árboles, lejos de querer infundirle miedo como había pensado, también sentían el profundo terror del ambiente, él y toda la vida de allí estaban siendo víctimas de algo innombrable y maléfico.
A la distancia, un ligero ruido acompasado. Una rama se rompió no muy lejos de aquel hombre. Tuvo frío. Empezó a tiritar.
Los segundos se negaban a pasar. Lo único que podía escuchar era el golpeteo de sus dientes por el movimiento de sus mandíbulas y los golpes apresurados de su corazón que temía no volver a latir. El viento había escapado, al igual que el aire; los animales e insectos la mayoría había muerto. No sabía como, sólo lo sabía.
El ruido acompasado de nuevo, más cerca. Ni su corazón se animó a opacar a ese ruido, a esos pasos cada vez mas cercanos...
Y apareció. De entre los árboles sin vida surgieron todos los miedos del hombre. La soledad estaba allí, junto con la locura, y junto con la desesperación, el abandono, el pánico, el terror, la muerte. Todo estaba allí, rodeado de sombras que ese ser expandía a su placer.
Del ente que salió del bosque, lo primero que vio fue su cabello rojo de tenebrosa concepción, que caía por su nuca, era encerrado en su cabeza por un sombrero negro chato, y que chocaba con una campera de cuero oscuro en el final, pero lo mas notable era la palidez mortal y la macabra expresión de su sonrisa, intimidante como nada más en el mundo.
La criatura sobrehumana enfundada en cuerpo de hombre lo observó unos instantes, y él hombre, a pesar de que no podía ver los ojos de eso por la poco casual sombra que tapaba parte de su rostro, sentía que la mirada no se centraba en su carne, sino que se centraba en su alma, que estaba indefensa contra el depredador que la observaba.
Adelante en el camino había algo irreal, algo que las leyes del universo no deberían permitir: una criatura irreconocible, poderosa, oscura, sin forma y recluida en un cuerpo que no envejece.
- Me dicen "El Caminante de Ojos Negros..." - dijo la criatura.
El hombre comenzó a llorar en silencio mientras su vida se deformaba poco a poco. Quiso suplicar pero no tuvo valor, no era capaz de atreverse a formular una pregunta, ni siquiera una tan miserable. Solo quería morir rápido, que la tortura acabase. Pero no tuvo esa suerte.
- Te necesito - dijo de nuevo el ente - y vas a acompañarme.
- Sí, lo acompañaré...
- Por siempre.
- Por siempre.
Era imposible resistirse, la primer palabra ya había roto el vidrio fino que protegía su cordura, y las demás terminaron por destrozar su sentido de la realidad y de lo imposible.
Estaba condenado.
La criatura se acercó, y el hombre que había existido en ese envase llamado cuerpo se perdió para siempre, quedó acorralado en su propia mente sin ni siquiera tratar de escapar porque sabía que afuera estaba eso, quedó encerrado viéndolo todo sin poder ser obedecido por sus propios músculos, viendo a eso que lo dominaba por completo.
El único destino peor que la muerte era el suyo.
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