martes, marzo 31, 2009

Muerte y vida

- ¡Cómo es de helada esta noche! - dijo al viento el hombre anciano en su balcón, con una copa de brandy sostenida en su esquelética mano.
Miraba el cielo estrellado sin Luna, cuando una fría ventisca lo instigó a volver al confortable interior de su casa.

Piensa en el aniversario que se cumple, y le parece increíble que tan rápido hayan pasado diez años desde la última vez que compartió el lecho, ahora lo único que quedaba de ella eran cenizas en una urna encima de la crepitante chimenea.

Ve la urna blanca con detalles azules, y le parece faraónica, sagrada.
Suspira.

- Te extraño, María- dice de nuevo al viento, su único acompañante, el que nunca lo iba a abandonar.

Ella había sido la mujer de su vida, ¿y que era ahora su vida sin ella? Eso se preguntaba todas las noches , sin encontrar respuesta y sin estar seguro de querer encontrarla. Un hombre sin amor es un hombre sin esperanza, que vive a medias. Es una aberración a la felicidad, una agria deformidad de ésta.

Al abrir la puerta que da al balcón, escuchó un ligero sonido que lo hizo sobresaltarse.
Un maullido lo obligó a darse vuelta por puro reflejo, y en la baranda del balcón, un gato negro de ojos color ámbar lo observaba.
Se tranquilizó y se rió de sí mismo.

- Casi me matas - dijo el viejo al gato, sonriendo y con la respiración y el pulso todavía agitados, pero el gato lo miraba con la misma expresión, que estaba entre la concentración y algo similar a la comprensión.

- ¿Qué pasa, gatito? - preguntó, acercándose al gato para acariciarlo, pero el animal se movió con sigilo y admirable equilibrio, esquivándolo y lanzando un graznido de su salvaje garganta.

- Bueno...

El viejo abrió la puerta hacia la sala, y el gato se metió de golpe, antes que él. Cerró los ojos y se lamentó con un fastidio contenible aún lo ocurrido, y entró, buscando al felino.
Lo encontró en el estante sobre la chimenea, al lado de la urna.

- ¡Sál de ahí, asqueroso animal! - gritó iracundo.

El gato no se movió, sino que se lo quedó mirando, ahora con visible placer dada esa mueca, parecida a una sonrisa.

- ¡Sál de ahí he dicho!

Caminó en dirección recta hacia el gato con plena rabia, pero se frenó cuando vio que el animal, con una de sus patas, se apoyaba en la urna, amenazando con tirarla.
El anciano se quedó pasmado.

- No... no lo hagas.

El animal maulló y luego graznó. Miraba al viejo fijamente.
Ambas miradas se encontraron, fueron una. Él sintió algo en ese entonces, algo mas frío que la noche y notó que miraba algo mas profundo que unos simple ojos de animal. Había algo oculto, un misterio, un secreto.

Y fue en el momento preciso en que el animal cambió el centro de su vista. Luego de esos segundos de mirar al viejo a los ojos, se miró debajo de la pata que sostenía en la urna.
El anciano siguió la mirada, llevándose una sorpresa de muerte.
Le pareció ver que, contrastando con el negro pelaje, había cinco manchas blancas, y la primera parecia una M.
Y la segunda una A...
Y latercera una R...

- ¿Qué..

El gato maulló.

- Déjate llevar...- le sonó una voz de mujer, hablándole en el oído, en los dos, en su cabeza.

Era ella.
Y se dejó llevar.

Cerró los ojos y se sentó en el piso, al estilo indio.

Lo próximo que sintió fue una mordida de unos pequeños pero filosos dientes desgarrándole la garganta y la yugular.

Cuando el dolor se le pasó, abrió los ojos. Era un lugar soleado, y la arena le acariciaba el cuerpo acostado. Las verdes hojas de un árbol le tapaba el sol de la cara, y lo único que se oía era el ruido de las olas.

- Te estaba esperando, mi amor - le dijo María.

Estaba joven, en la primavera de su vida, y no se sorprendió al darse cuenta que el también era joven y vigoroso.

- Ya vine, hermosa.

La tomó de la mano y miró sus ojos verdes, tan bellos como los había recordado antes, cuando era un anciano, en una vida pasada y remota, en un horizonte que había dejado atrás.


[Quedó mas largo de lo que pensaba...espero que alguien lo lea.]

sábado, marzo 28, 2009

El Huracán del Tiempo

Atrapado en una espiral de tiempo tan inexistente como infinita, sintiendo como el viento de los años me acaricia y erosiona cual río a las piedras.

El tiempo es una rueda, todo está condenado a repetirse hasta el hartazgo, repitiendo una vida por siempre, reiterando los mismos errores y tomando las mismas decisiones todas las personas que en este mundo viven, una y otra vez, sin darse cuenta.


En el tiempo está la magia de la vida. Se ve envejecer a cada niño recién sacado del vientre de su madre, y se lo puede ver hasta que, en su anciano corazón, la magia se acaba.


Y yo estoy aquí, de pie en el ojo del huracán de los años, tan inmortal como Dios.

¿Moriré alguna vez?

No lo creo.

El ojo del huracán no descansa, y yo estaré por siempre aquí, viéndolo todo, viendo los cambios, viéndote a tí, una y otra y otra vez.

jueves, marzo 26, 2009

Síntesis de una idea

- No puedo pensar - se queja el poeta.

- No se me ocurre nada - dice el músico.

- ¿Donde está la gente? - es la última frase que dice en su vida un curioso.

El asesino del pensamiento y Rey del robo se ríe en su uniforme militar.





[Nota del autor(?): Me había puesto a escribir algo para el Blog, pero cuando ya llevaba la mitad me daba cuenta que era bueno en serio, así que no lo subí. (sí, acá subo lo de segunda mano.) Sorry]

martes, marzo 24, 2009

Paloma en la playa

Estrofas finales:

El Mar es fe
Estuvo una vez lleno, envolviendo la tierra.
Yacía como los pliegues de un brillante manto dorado.
Pero, ahora, solo escucho
Su retumbar melancólico, prolongado, lejano,
En receso, el aliento
Del viento nocturno, junto al melancólico borde
De los desnudos guijarros del mundo.


Oh, amor, seamos sinceros
El uno con el otro. Por el mundo que parece
Extenderse ante nosotros como una tierra de ensueños,
Tan diversa, tan llena, tan nueva,
Sin tener en realidad ni alegría, ni amor, ni luz,
Ni certidumbre, ni sosiego, ni ayuda en el dolor;
Y aquí estamos nosotros como en lóbrega llanura,
Agitados por confusos temores de lucha y huida,
Donde ignorantes ejércitos se enfrentan cada noche.



Matthew Arnold



sábado, marzo 21, 2009

El Desierto

Una tormenta se acerca, pero no tiene miedo.

Vive en el desierto, caminando entre infernales días y descorazonadoras noches, tratando de escapar del interminable sufrimiento al que el corazón lo llevó.

Es un errante que hace tiempo deambula en busca de redención. Es un profeta olvidado de visiones que se hicieron reales, y he aquí su pecado: logró cambiar el futuro, ignorando la palabra divina de los Dioses; que lo castigaron a vagar por arenas interminables, sin morir pero sin tampoco vivir. Los largos años de castigo ya llegan a la centuria, y es posible que recién sea el comienzo, una mínima parte de la eternidad del tiempo circular.

Cambió los sucesos, generando un caos universal. No pudo soportar ver a su amada fallecer, así que la salvó de un asesinato que debía ser cometido. Al no cumplirse, todo fue como un alud: ese pequeño hecho empujó a otros, y esos otros a unos mas, esos unos a muchos otros y todo se desbarrancó.

Se dio cuenta de su error, y cuando fue sentenciado, no levantó protesta.

Solo le queda caminar hasta el fin de las eras en el desierto inconmensurable, presa de un dolor mas profundo que el dolor mismo.




No se arrepiente de nada, ella siempre lo valió todo.




[ Aclaro que todo lo de este blog es original excepto lo marcado: "El Hombre Oscuro" y "La máscara de la muerte roja". Desde ya, muchas gracias.]

miércoles, marzo 18, 2009

La Promesa

- No puedo más sin vos, por favor, vení - le suplica al fuego de la chimenea sabiendo que la persona que busca está lejos, pero también pensando en ella.

Segregado por sus ojos y ahora sobre sus pómulos y mejillas se ve el nectar de la tristeza, provocado por una ausencia, la de él.
No le teme a ningun mal que a ella le pueda pasar, pero todos sus miedos se acumulan alrededor de la figura de su hombre.
Llora por miedo; y así pasa toda la noche, y se duerme medio sentada y medio recostada en el sillón que ambos habían comprado.

- Prometiste que ibas a volver... - fue su última frase antes de caer rendida por el sueño.

Al día siguiente, en una tarde lluviosa de malos augurios, se despierta con una certeza: su hombre ha muerto.
Permanece acostada en el mismo sillón, con los ojos abiertos, mirando el techo, casi perdida, casi muerta.
No podía seguir.

Y llegó la última noche de tristeza. Un viento tibio entro por la ventana y la envolvió con su aroma varonil. Le recordó a él tal cual era, y volvió a llorar. Recordó como definieron juntos la palabra
felicidad; recordó los besos y abrazos infinitos como curvas de una flor e inmensos como el universo; recordó las noches de amor salvaje y de un dulce similar a la miel y equivalente a un éxtasis de placer.
Recuerdos, eso era todo lo que quedaba. Después de todo, solo hay recuerdos y dolor.

Sentada como estaba, ahora en el borde de su cama, la puerta se abrió y una cantidad mayor de ese aire masculino penetró en la habitación, llenándola con la fragancia de su amado.
La lámpara cercana a ella se apagó, y sintió miedo.

Se paró y deambuló por su cuarto, sin saber que esperar.
Y entonces, cerca de la ventana, donde ondeaban intranquilas las cortinas, una figura emergió del cuarto oscuro. Una figura alta y fornida, y ella recnoció esa silueta al instante como reconoció su aroma en el viento.

- No tengas miedo
- dijo él.

Ella ya no tuvo miedo.

La envolvió en sus brazos, alzándola, y creando entre los dos un beso perpetuo.

Juntos estremecieron el mundo. Iniciaron un vuelo y se despidieron de todo lo anterior. Ella se transformó en algo mas que humana al igual que él, y juntos vivieron por siempre.




La máscara de la muerte roja

La "Muerte Roja" había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.

Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.

Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.

Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitan que antes les describa los salones donde se celebraba. Eran siete -una serie imperial de estancias-. En la mayoría de los palacios, la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes, permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a la vez. Cada veinte o treinta metros había un brusco recodo, y en cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda, en mitad de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono dominante de la decoración del aposento. Si, por ejemplo, la cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules, vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de terciopelo negro, que abarcaban el techo y la paredes, cayendo en pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un color de sangre.

A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían aquí y allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no había lámparas ni candelabros. Las cámaras no estaban iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores paralelos a la galería, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se proyectaban a través de los cristales teñidos e iluminaban brillantemente cada estancia. Producían en esa forma multitud de resplandores tan vivos como fantásticos. Pero en la cámara del poniente, la cámara negra, el fuego que a través de los cristales de color de sangre se derramaba sobre las sombrías colgaduras, producía un efecto terriblemente siniestro, y daba una coloración tan extraña a los rostros de quienes penetraban en ella, que pocos eran lo bastante audaces para poner allí los pies. En este aposento, contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono; y cuando el minutero había completado su circuito y la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía un tañido claro y resonante, lleno de música; mas su tono y su énfasis eran tales que, a cada hora, los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto; y, mientras aún resonaban los tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción semejante. Mas, al cabo de sesenta y tres mil seiscientos segundos del Tiempo que huye, el reloj daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la meditación.

Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía gustos singulares. Sus ojos se mostraban especialmente sensibles a los colores y sus efectos. Desdeñaba los caprichos de la mera moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones brillaban con bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído que estaba loco. Sus cortesanos sentían que no era así. Era necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la seguridad de que no lo estaba. El príncipe se había ocupado personalmente de gran parte de la decoración de las siete salas destinadas a la gran fiesta, su gusto había guiado la elección de los disfraces.

Grotescos eran éstos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo, el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico. Veíanse figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes, veíanse fantasías delirantes, como las que aman los locos. En verdad, en aquellas siete cámaras se movía, de un lado a otro, una multitud de sueños. Y aquellos sueños se contorsionaban en todas partes, cambiando de color al pasar por los aposentos, y haciendo que la extraña música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos.

Mas otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de terciopelo. Por un momento todo queda inmóvil; todo es silencio, salvo la voz del reloj. Los sueños están helados, rígidos en sus posturas. Pero los ecos del tañido se pierden -apenas han durado un instante- y una risa ligera, a medias sofocada, flota tras ellos en su fuga. Otra vez crece la música, viven los sueños, contorsionándose al pasar por las ventanas, por las cuales irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al oeste ninguna máscara se aventura, pues la noche avanza y una luz más roja se filtra por los cristales de color de sangre; aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél cuyo pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a oír las máscaras entregadas a la lejana alegría de las otras estancias.

Congregábase densa multitud en estas últimas, donde afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta en su torbellino hasta el momento en que comenzaron a oírse los tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló entonces la música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban se interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una cesacion angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer doce campanadas, y quizá por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la multitud entregada a la fiesta. Y quizá también por eso ocurrió que, antes de que los últimos ecos del carrillón se hubieran hundido en el silencio, muchos de los concurrentes tuvieron tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, habiendo corrido en un susurro la noticia de aquella nueva presencia, alzóse al final un rumor que expresaba desaprobación, sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. En una asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar. Los concurrentes parecían sentir en lo más hondo que el traje y la apariencia del desconocido no revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y flaca, estaba envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata.

Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre la espectral imagen (que ahora, con un movimiento lento y solemne como para dar relieve a su papel, se paseaba entre los bailarines), convulsionóse en el primer momento con un estremecimiento de terror o de disgusto; pero inmediatamente su frente enrojeció de rabia.

-¿Quién se atreve -preguntó, con voz ronca, a los cortesanos que lo rodeaban-, quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfematoria? ¡Apodérense de él y desenmascárenlo, para que sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas!

Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el aposento del este, el aposento azul. Sus acentos resonaron alta y claramente en las siete estancias, pues el príncipe era hombre temerario y robusto, y la música acababa de cesar a una señal de su mano.

Con un grupo de pálidos cortesanos a su lado hallábase el príncipe en el aposento azul. Apenas hubo hablado, los presentes hicieron un movimiento en dirección al intruso, quien, en ese instante, se hallaba a su alcance y se acercaba al príncipe con paso sereno y cuidadoso. Mas la indecible aprensión que la insana apariencia de enmascarado había producido en los cortesanos impidió que nadie alzara la mano para detenerlo; y así, sin impedimentos, pasó éste a un metro del príncipe, y, mientras la vasta concurrencia retrocedía en un solo impulso hasta pegarse a las paredes, siguió andando ininterrumpidamente pero con el mismo y solemne paso que desde el principio lo había distinguido. Y de la cámara azul pasó la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a la anaranjada, desde ésta a la blanca y de allí, a la violeta antes de que nadie se hubiera decidido a detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero, enloquecido por la ira y la vergüenza de su momentánea cobardía, se lanzó a la carrera a través de los seis aposentos, sin que nadie lo siguiera por el mortal terror que a todos paralizaba. Puñal en mano, acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasos de la figura, que seguía alejándose, cuando ésta, al alcanzar el extremo del aposento de terciopelo, se volvió de golpe y enfrentó a su perseguidor. Oyóse un agudo grito, mientras el puñal caía resplandeciente sobre la negra alfombra, y el príncipe Próspero se desplomaba muerto. Poseídos por el terrible coraje de la desesperación, numerosas máscaras se lanzaron al aposento negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura permanecía erecta e inmóvil a la sombra del reloj de ébano, retrocedieron con inexpresable horror al descubrir que el sudario y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían aferrado no contenían ninguna figura tangible.

Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caida. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.


Edgar A. Poe

lunes, marzo 16, 2009

Cerdos de la Guerra


Con su cerebro podrido y sus ideas absurdas va por la vida pensando solo en sí mismo.

Camina firme y recto como su mentalidad, con sus botas negras y largas. No pasa frío con su uniforme verde oscuro, que le tapa el pecho frío sin corazón ni remordimientos.

Tiene un monton de variadas y coloridas medallas de falsos éxitos. No es un Dios pero se cree como tal. Manda jóvenes a morir por una causa ridícula al frío marítimo de islas abandonadas, sin comida ni refugio.

Es un salvaje.

Mata y lo encubre; mata y miente; mata y las personas no mueren, desaparecen.

Es un asesino de la libertad y un criminal del pensamiento, y sigue viviendo y vivirá por años y años, hasta que por fin se aprenda y se acuerde por unanimidad que los cerdos de la guerra no tienen que aparecer...



Nunca Mas.

viernes, marzo 13, 2009

El Ser de las Estrellas.

Alguien llora en la noche, lo puedo ver desde la lejanía de las estrellas.

Mi ojo invisible lo capta y lo observo con atracción irresistible, como lo hice siempre desde el principio de los tiempos.

Estudio el milagro de las emociones, sin encontrarle una lógica.

¿Por que alguien es capaz de amar o sufrir por otra persona?
. Me pregunto a millones de años luz de donde las personas sienten. ¿Cual es la necesidad o razon? ¿Que es el odio?

No lo entiendo.

Puedo verlo todo; estrellas de otras galaxias, constelaciones brillantes y coloridas a una infinita distancia refulgentes de helio e hidrógeno y otras sustancias, tan gigantescas y titánicas constelaciones que un humano moriría maravillado al ver tan maña creación.

Puedo entender las reglas del universo, de donde se formo todo, como se formó, como empezó la vida, puedo cambiar el espacio y el tiempo, puedo hacer que toda la Vía Lactea se junte en una mísera partícula, eliminando millones de mundos y miles de billones de estrellas.

Pero no puedo hacerlo hasta no entenderlo todo.

Emociones y enigmas tienen el mismo significado.

Los sentimientos son el único misterio del universo que queda para mí.

martes, marzo 10, 2009

Corazón Enterrado

Escondido bajo tierra yace sabiendo que será descubierto un latente y errante corazón.


Guiado por negras influencias, que conoció la perfección, donde podía hacer lo que sea.


Y entonces llegó la infección, que lo hizo esconderse como un enfermo.


Y ahora piensa en dominar, con todo como rehen, cuando a su tiempo descubra como poder rehacer sus demandas.


Mejor sean los esclavos de sus malditos caminos, o conocerán la muerte al engullir su fundido aliento...




domingo, marzo 08, 2009

La Dama de los Cielos.

Allí había un pedazo de Luna y un rayo de luz del Sol naciente juntos. En ella se juntaban el color marrón de las avellanas para formar el delicado tono del iris de sus ojos, y el blanco del mármol usado para esculturas de calidad y belleza.

Su piel, suave como la seda y blanca como una nube, se lucía brillante bajo el antinatural resplandor de las lámparas; sus labios rosados y seductores eran el centro de atracción de mi mirada.
Caminaba en mi dirección, acercándose con su delicado andar, como si caminara sobre el agua.

Llega y me mira.
No podía apartar la mirada de ella, tan hermosa y tan escencial como si fuera la última rosa en un mundo muerto.

- Esperame  me dice con su voz de terciopelo en menos de dos años voy a estar acá, a tu lado.

La miro asombrado, conmovido por esas palabras de oro.

- Voy a estar acá
 me jura, observándome con esos dos ojos de extrema transparencia, por la cual se podían observar sus sentimientos tan puros como un manantial  Solo tenés que esperarme.

-
 le contesto yo, al borde de las lágrimas y con mi corazón latiendo como si fuera la última vez, cosa que era posible, no sabía cuanto de aquella belleza sería capaz de soportar Sí, voy a estar acá, esperándote...

Sonríe y se acerca, lentamente, a mi rostro.

Puedo ver mas claramente como su piel emite una luz brillante y blanca, tan virgen como la lana.


Me besa, y siento como una de sus manos acaricia mi mejilla y el resto de mi cara.


El sentir de esa mano era especial y al mismo tiempo conocido.


Su perfume era un olor tan placentero como difícil de describir. Una mezcla del olor del mar, de los árboles y de las flores componía su fragancia.

Reconozco la similitud de sus caricias, en sus manos está el roce del viento. Por alguna razón, comienza a desaparecer.
- Dos años
 me repite como el eco de un valle y estaré ahí...

Yo despierto y observo como las cortinas ondean por la acción del viento, ese viento de mujer.
Me recuesto mirando el techo, pensando en una sola cosa.
¿Como esperar dos años cuando la necesito ya?
La figura del ángel ya se empieza a desvanecer de mi mente, y llega una extraña tristeza por la imágen perdida, pero el viento la mantiene viva, y me fuerza a esperarla.


viernes, marzo 06, 2009

El Hombre Oscuro:



He cruzado el humeante camino
de senderos martillados por el sol y
he despedazado cenizas;
he montado ferrocarriles
y he sableado severidad en el
pórtico silencioso del interior de la selva:
Soy un hombre oscuro.
He montado ferrocarriles,
y he pasado la fanfarronería
de las desesperadas casas con falsas chimeneas
y he oído desde el exterior
el tintineo de un cubito de hielo
mientras las puertas cerradas rompían el mundo...
y sobre todo ello, una luna con una hoz salvaje
sableaba mis ojos con huesos de luz.
He dormido en evidentes pantanos
donde el tufo de almizcle
se mezcla con el olor sexual de los podridos cipreses
donde el fuego de bruja se aferra a hundidas
psico-esferas del bautismo...
y he oído el suspiro de las sombras
en una destripada casa de columnas,
la sanguijuela con vides
habla a un sobresaliente cielo de champiñón.
He alimentado con monedas de diez centavos a las máquinas
en todas las gasolineras de la noche
mientras el tráfico en una loca y fluida llama,
he manchado de rojo seis veredas de oscuridad
y he respirado el cortante viento autoestopista,
en el arcén con el pulgar levantado,
y vi ensombrecidas caras satisfechas
con calentadores detrás de las gafas de seguridad,
caras sonrojadas como lunas satisfechas
en hendidas órbitas monstruosas,
y en un repentino destello de la yugular,
frío como el centro de un sol,
forcé a una chica en un campo de trigo
y la dejé desgarbada junto con pan virgen,
un sacrificio salvaje
y un signo de aquellos que se arrastran
en fijos caminos:
Soy un hombre oscuro.




Stephen King.

miércoles, marzo 04, 2009

Imaginando en las Sombras de la demencia.



El día no es lo mismo que la noche, y eso pesa también en el interior de la mente.
Durante el día, todo es iluminación, brillantez. Todo se ve mejor, con detalle, y con más vida. Todo es hermoso (o por lo menos un poco) iluminado por la luz del Sol.

La noche, en cambio, es más imaginativa. Las formas y siluetas se desfiguran en las sombras como imágenes borrosas. En la oscuridad se encuentra la imaginación (¿Qué es aquello en las sombras? La clave es que puede ser cualquier cosa) y empieza una historia mental que solo uno puede intentar descifrar.

Si durante la noche alguien ve algo en su habitación, una forma oscura amenazante, tenga forma de lo que sea, puede hacer dos cosas: prender la luz y fijarse que es, estar seguro de que es eso, que eso tome una forma y se amolde a algo y poder verlo tal cual es; o dejar la luz apagada, y que la mente divague, viendo diferentes cosas, eligiendo que ver. Hasta se hará incontrolable. Se tratará de dejar de pensar en eso, pero las ideas solo van en esa dirección, como avenida de una sola mano.


En la noche hay criaturas que no se ven durante el día, dentro de uno mismo.


La oscuridad protege la imaginación y crea dudas. No es lo mismo un lugar iluminado que uno sombrío, pese a saber que no haya nadie, porque se desconfiará de eso y se creerá que hay alguien. Se mirará de reojo hacia los costados; temerosas y rápidas exhalaciones saldrán despedidas cuando una paloma vuele, creando ruido en el silencio, descreyendo que sea solo una paloma y no
otra cosa.

Hay demasiadas cosas sin nombre en la oscuridad como para que todo lo que vuele sean palomas.


Debe haber otra cosa en la oscuridad. Algo sin forma y que no se amolde a nada exacto.

Está ahí en el rincón, latente, esperando.
Esperándote.


La imaginación crea cosas, y la noche, con su perpetua oscuridad, conduce la imaginación hasta lugares insospechados, siendo capaz de llevarte a la locura
(y esa terrible posibilidad lo hace excitante.)


martes, marzo 03, 2009

Prisioneros, Puertas y Llaves.

¿Hay algo más importante en la vida que abrir puertas?



Las palabras son Llaves, y hay gente (un muerto de hambre en su prisión) que no tiene La Llave ni métodos para obtenerla, y es abandonada.
Están encerrados, y guardan rencor contra el creador de La Llave; y cuando pasan mucho tiempo en la prisión (días, meses, años, décadas) empiezan a odiar al guardia de la puerta, el Celador, que es apenas más que el prisionero, pero no lo notan. ¿Pero quién hizo La Llave? No la hizo el Celador. La hizo alguien de mayor nivel. Un Jefe.


Pero no se querrán vengar de solo esas personas, sino de todas las que hubieran sido capaces de hacer lo mismo. Una determinada clase de individuos, que piensan en los prisioneros como basura, individuos que no creen que los prisioneros tengan derecho a la vida.


Los abandonados querrán vengarse de estos individuos, y de todos los fabricantes y herreros.


Lograrán escapar por algún farsante demagógico, que usará la venganza de los prisioneros para su beneficio, y les invitará a salir. Y sin la capacidad de distinción, los prisioneros son usados. Rompen lo que les dice que rompan, van donde dice que vayan, matan a los que les señala.


No piensan, no tienen La Llave. Solo les abrieron La Puerta, pero siguen en la prisión.

No hay nada como La Palabra (o La Llave, si querés seguir usando el término).

Las Palabras/Llave y el dinero mueven al mundo, pero la gente con dinero no permite que haya gente que vea las Palabras/Llaves, y la mayoría que las ven, no las entienden. Así, el mundo solo gira en un sentido. Y es por culpa de la gente con dinero, de los farsantes, que cada vez hay menos Llaves, y gente capaz de usarlas.


Firma: El Prisionero. (Preso en mi ciudad)