jueves, septiembre 17, 2009

Despertar

Se acababa de despertar. Estaba débil, como cualquier persona que tuvo una complicación grave por una enfermedad. La última vez que recordaba haber cerrado los ojos había sido frente a unos médicos en una sala iluminada, afiebrado y con dificultades para respirar, y aún no quería volver a abrirlos. Se recordaba tan débil como lo estaba en ese momento. Se sentía, sin necesidad de tocarse, con el cabello más largo y una sombra de barba. ¿Cuanto tiempo habría pasado desde que se había dormido? ¿Había estado en coma? Sabía la gravedad de su asunto, los doctores le habían avisado de la peligrosidad de su condición y que el coma era posible. Sí, debía de haber estado en coma. Pero, ¿por cuanto tiempo?

Años podrían haber pasado y él no sentiría nada. Sólo tendría esa sensación vaga de pérdida temporal, quizás una falla en el oído interno, en su laberinto, que lo haría sentir como en esos momentos, con la sensación de haber dormido de más.

No, no iba a abrir los ojos.

¿Con qué se encontraría? ¿Y si habían pasado años, que pasaría con su familia, con sus amigos? Lo deberían haber dejado atrás, como a algo roto e insalvable; no era mas que una crueldad de la naturaleza. Debía estar cerca de ser un objeto, algo en lo que se piensa con nostalgia, que sólo vive en los recuerdos y que ya perdió su color, su esperanza y su tiempo. Lo más probable era que lo dieran por muerto, un cadáver conectado a unas máquinas inútiles que sólo dejan un margen ingenuo para las ilusiones. Afuera, el mundo sería otro. No pertenecía a ese futuro, fuese cercano o distante. En cualquier momento una enfermera entraría a chequear sus pulsos vitales, lo encontraría vivo y la noticia se propagaría, y quisiera o no, en el futuro ese formaría su nueva vida.

Abrió los ojos.

Vio oscuridad. Nada. ¿Estaba ciego?
La naturaleza podía ser muy cruel, la vida en sí lo es. El hombre que debería estar muerto, revivió para estar ciego.

Esperó y esperó, pero ninguna enfermera hizo su aparición. Se dio cuenta que no escuchaba ningún sonido. Era el silencio más puro que pudiese existir. Era la Nada para sus ojos, era el Vacío para sus oídos. Intentó hablar, pero sus músculos estaban atrofiados por la inactividad. Por un tiempo largo intentó hablar y moverse. De a poco, conseguía victorias. Pudo mover sus dedos, y al poco tiempo ya intentaba mover sus manos.

Continuó con su progreso por un tiempo indefinible. Comprendió que el concepto de eternidad era estar entre la Nada y el Vacío. Un lugar donde el Sol no sale ni se pone, donde no hay Luna, no hay estrellas, no hay agua ni tierra, no hay gravedad, no hay vida. Solo se existe y nada más.

Por accidente, al mover su mano, hizo un movimiento doloroso. Un grito desgarrador - comparado con el silencio imperial del Vacío - lo transportó. El Vacío dejó de ser tal al saber que no estaba sordo, pues escuchaba su propio grito. ¿Qué pasaba entonces? El pensamiento de su propia ubicación cambió. No había ningún sonido, pero él era capaz de oír. Eso significaba que estaba en un lugar que era silencio absoluto. Significaba que no estaba en un hospital. Y si no estaba sordo, quizás no estaba ciego, pero no había forma de saberlo. La oscuridad era total y la Nada se mantenía, aunque con temblores en sus cimientos. La duda siguió creciendo hasta que no pudo soportarlo más. La eternidad era abrasadora y odiosa, nadie la podría querer jamás; la eternidad es un infierno.

Levantó la mano lo más que pudo. Tocó algo.
Era madera.
Logró levantar la otra mano. También madera.
A los costados igual. ¿Dónde estaba?

Una imagen terrible recorrió su mente a una velocidad que solo el pánico puede concebir. Sin darse cuenta, levantó sus brazos. Madera todo alrededor. Estaba tapado por madera.
Estaba en un ataúd.

Reinaba el silencio porque estaba enterrado. No veía nada porque era imposible que lo hiciera. De verdad lo habían dado por muerto.
Gritó y arañó las tablas. Una tras otra, sus uñas se fueron clavando en la madera para terminar desprendiéndose de sus piel. Aún con la carne de sus dedos siguió tratando de rasguñar a las maderas invencibles. El ataúd era indestructible, y estando varios metros bajo tierra, algo era seguro: escapar era imposible.

La naturaleza es el ente más cruel de todos. Gritó esto y mucho más hasta quedarse sin voz ni aire. La sangre de sus dedos quedó impregnada en la madera como perfume carmesí.

2 comentarios:

Maca! dijo...

hacia tiempo que no leia algo asi, tanto como hace que no actualizas!
Me encanto sobretodo la ultima frase..

nah.. ando bien! y vos??

Antonella dijo...

Kill Bill
two.

Pará, me sé todo de películas(?)
muy bueno locaso, me gustó mucho(:
UN ABRAZO
(tomááááá