El hombre de ojos azules y cabello castaño mira concentrado.
A salvo de la luz de los faroles, bajo la sombra de un árbol moribundo, observa con cuidado la casa de enfrente. Espera con la parsimonia de alguien que tuviese controlado el tiempo el momento para la visita, a la vez que su mente divaga por toda su extensión. Piensa en errores imperdonables, en amores pasados, en castigos divinos y en justicia poética. Piensa en la soledad en la que mora, de relación intrínseca con la mentira que vive y sufre. Imagina varias versiones de su futuro, algunas felices, otras no tanto, y en otras no espera llegar a un futuro lejano (tal vez la muerte actuase de jurado y determinase una resolución al asunto), pero no puede evitar preguntarse. Tal vez hoy se definiese algo, tal vez pudiese haber algún acuerdo, o la muerte y la suerte podrían intervenir.
Lo que espera, sucede: luego de horas, un hombre de cabello y ojos negros sale de la casa, sube a un auto, y se va. La ruleta comienza a girar.
El hombre de ojos azules se dirige hacia aquella casa donde vive la discordia. Toca a la puerta.
Una mujer grita mientras se acerca.
- ¿Qué te olvidaste, mi am... - lo ve, la mujer ve la culpa a los ojos, observa su mentira y el debilitamiento del alma - ¿Qué hacés acá? ¡No... no podés venir acá, te dije que nunca vinieras! ¡Nunca! ¡¿Por qué viniste?!
- Tenía que venir. - dijo el hombre, su último amante - Sabés por qué.
- !No, no se nada yo! ¡Tenes que irte ya! ¡Ya!
Sin darse cuenta, esos gritos avivaron su pesadilla, la consumación de su mayor temor. Cuanto se arrepentiría mas tarde de aquellos gritos innecesarios. Culparía primero a aquel hombre, luego a sus nervios... pero luego lo aceptaría: era así como tenía que pasar, la suerte lo decidió.
Esos gritos causaron otros, incongruentes, molestos y sin sentido. El llanto de una vida de pocos meses retumba como miles de corazones al unísono. Aquel hombre, en la puerta, parece dejar de respirar; a la mujer, el color se le escapa de la piel.
El hombre entra y avanza por la habitación sin que la mujer lo evite, hasta ver lo que tanto soñó. En un moisés pequeño, una niña descansa como una bendición.
La mujer comienza a llorar con frenesí, la beba mira el techo sin prestar atención.
El hombre recuerda como un año atrás hizo el amor con esa mujer. Ahora ve a una bebé de tres meses, con ojos azules y cabello castaño.
Escapa de la situación con pasos inseguros y ojos húmedos; sale a la vereda sin siquiera cerrar la puerta de la casa. Quiere volver a su morada, a su dulce y añorada soledad, a regodearse en llanto; quiere cruzar la calle y caminar con esos pasos temblorosos hasta su hogar y poder descansar en paz, pero el descanso llega antes.
Cruza la calle, pero tropieza. Por la conmoción, no puede levantarse enseguida. Adelante en la calzada, un auto se acerca. Todo dicho.
La mujer escucha la frenada de un auto y un golpe seco.
La muerte y la suerte tomaron cartas en el asunto. El triángulo quedó deshecho, la niña se quedó sin padre, aunque nunca lo sabrá.
La mujer cierra la puerta y el secreto para siempre.
domingo, octubre 04, 2009
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4 comentarios:
PROMETO que mañana leo! me caigo del sueño y solo a saludar y a desirte
QUE ANDES BIEN!
beso
será qe realmente existe ese destino gran regulador de lo qe debe o no suceder?
qe increíble ser, el humano, q saca ventaja a su conveniencia cada vez q puede y se presente la ocasión.
un abrazo!
iNCREÍBLE.
Muy triste por cierto, pero genial la historia. (Y sí mi hermana me esta celoseando(?) jaja) Tengo unas ganas terribles de hablar con vos.
mira esta frase: el color se le escapa de la piel. es muy buena!!
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