La carabela se balanceaba a babor y a estribor sin rumbo fijo entre las olas salvajes creadas en la tempestad. El diluvio era perpetuo y titánico, y junto con las olas más grandes que hayan existido en los mares, se formaba un despiadado intento por destruir el barco herido.
Cada segundo era interminable y destructivo para la embarcación. La tripulación intentaba sostenerse, pero con el paso del tiempo y de las olas feroces sobre la cubierta, pocos lo lograban y el resto caía al mar para ser arrastrados hasta el fondo del suelo marino, donde tenían lugar los más tenebrosos monstruos de la naturaleza. El capitán ordenaba que resistieran, pues el dolor y el terror valían la pena al pensar en lo que podían atrapar, la idea de llegar a Su isla valía cualquier precio... El capitán era un hombre de tez recia y áspera, su abundante cabello cano enseñaba su edad madura y le daba un aire de sabio misticismo que, junto con su ruda manera de ser, lo convertían en un lider incuestionable.
No debía de ser más del mediodía, pero en aquel lugar perdido del océano era la mas terrible noche, la oscuridad reinaba en ese infierno acuoso y frío, y en el agua y en el viento se percibían sensaciones anormales. Todos los tripulantes sentían que eran observados pese a estar acompañados solo de agua, y algunos empezaron a oír voces. Voces dulces, voces suaves. Voces melódicas, armoniosas. Voces cálidas, hermosas, celestiales.
Pasaba el tiempo y el clima, con lentitud, mejoraba. La tripulación sobreviviente - no mas de una decena de personas- estaba dichosa, mientras que el capitán, no. El capitan temía más que nunca.
Los hombres empapados celebraban y rezaban a medida que el barco dañado seguía avanzando con solo un mástil luego de la batalla contra la tormenta en la que salieron victoriosos. Las voces también se hacían más claras y parecían estar más cerca a cada instante; parecían unas mil voces formando un coro perfecto, unos seres santos y mágicos que venían a ayudar a unas personas que habían sufrido tanto. El capitán estaba enterado de esto y viró hacia otra dirección, tratando de resistir el encanto de las voces. La tripulación lo notó, y sin la necesidad de comunicarse, todos juntos se amotinaron. Ataron al capitan al único mástil, y se dirijieron hacia las voces perdiéndose en la inmensidad desierta e inexplorada del mar.
Todos los hombres sonreían menos el capitán, que vociferaba con su voz ronca y tuvo que ser amordazado.
La carabela avanzaba sobre el agua más calma que hayan conocido; no causaban ondas en la superficie y ni los peces se animaban a dañar esa paz repentina. Solo en la mente del capitán persistía el recuerdo del limbo anterior.
Llegaron hasta un punto en que las voces llenaban el aire y los corazones con su armonía. El viento dejó de soplar y se quedaron varados, pero a nadie parecía importarle.
Un movimiento en el agua. Todos escucharon el pequeño murmullo de un cuerpo nadando en la superficie, y todos fueron a ver.
Unas mujeres hermosas nadaban desnudas en el agua con sensuales movimientos, y mientras nadaban, de sus labios salía ese divino canto de amor empíreo. Los hombres las miraban con deseo incontrolable propio de los marinos, pero a la vez tenían los ojos llorosos por observar y escuchar tanta belleza. Poco duraron los hombres a bordo del barco, todos se tiraron de cabeza al mar, sin poder resistir ni desperdiciar el llamado de esas mujeres. Cuando el último de la tripulación dejó la cubierta, ellas sonrieron con malicia. Dejaron ver sus dientes filosos y desproporcionados, y nadaron hasta los hombres con hambrienta necesidad.
Una masacre sangrienta tuvo lugar en esa oculta región. Los hombres se consumieron en terror al ver el rostro de esas mujeres sufrir metamorfosis repulsivas e incondedibles: cada una se transformaba en un engendro horrible, con una boca que crecía a medida que se acercaba a su presa hasta parecer una boca de tiburón o tal vez mayor, y todos vieron su error principal cuando, al sumergirse la primera de esas mujeres asesinas, debajo de su cintura observaron como una verde azulada capa de escamas formaba una aleta enorme que las impulsaba. Eran sirenas.
Ninguna tenía idea de la existencia del capitán, y por eso cuando terminaron su banquete, se fueron. El único ser vivo que quedaba sobre la carabela había visto a los hombres tirarse al mar, trató de detenerlos, pero no podía hablar, y aunque hubiera podido, sabía que ya estaban bajo el encanto innegable de las sirenas; luego escuchó los gritos y aullidos de terror de sus hombres, junto con el chapoteo que hacían al resistirse, pero sobrevivir ya era imposible.
En poco tiempo, el mar volvió a ser el mar: las olas volvieron, el viento sopló de nuevo, y el barco con solo el capitán a bordo empezó a moverse. Éste pudo escapar de sus cadenas y tomó el control del barco. Sin tripulación era imposible seguir con el viaje que había planeado al zarpar, la isla que había visto volvía a ser solo una fantasía lejana, ahora la cuestión era volver a la civilización y encontrar la salida de mundo de seres mágicos y peligrosos.
lunes, agosto 10, 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Sigues vivo principe! mucho tiempo sin subir post eh? despues vuelvo y leo q aora no me da tiempo
Oh pobre capitán se quedó solo. Pero seguro que era el único hombre decente que no se puso candente con las sirenas(?) Gracias por escucharme ayer, sé que en el fondo me entendés aunque digas que soy una histérica. Sos lo mejor, escribiendo y como amigo. GRACIAS
WOW, cuña.
Te zarpaste.
Muy bueno.
Sos groso!
Abrazo!
Publicar un comentario