Algo cae desde una altura increíble, forma una rasgadura en el vestido del cielo. Deja una gran mancha alargada, similar a un corte, a una herida blanca formada por humo blanco. Ese humo de contextura nebulosa es el rastro de ese cuerpo invisible, que no sabemos - me refiero a mí y al resto de los peatones - qué es, pero miramos boquiabiertos el majestuoso e inquietante descenso.
- Parece una estrella fugaz - dice alguien.
- No... más bien un meteorito creo...
Y otras frases así se escuchan como los susurros que son.
Un vértigo extraño me esclaviza y sus cadenas me jalan al suelo y marean mi vista. Con esa sensación me doy vuelta y veo, en una de las esquinas mas transitadas de Buenos Aires, unas tal vez ciento cincuenta personas de pie en casi perfecto silencio, apenas roto por los ya mencionados susurros, mirando todas - adultos, niños, ancianos y hasta bebés - el cuerpo invisible, el humo blanco y su luz amarillenta, a la cual no le había prestado atención hasta entonces; y me doy cuenta de algo que cualquier persona con coeficiente intelectual medio podría entender, y que sin embargo nadie parecía haber analizado: si el cuerpo se acerca, es porque se va a estrellar; si algo así, un cuerpo que viene desde fuera de la Tierra, se estrella, causará una onda expansiva devastadora; y entonces, ¿por qué nadie huye? ¿Y, además, por qué tardé tanto en darme cuenta de algo tan obvio?
- ¡Corran! ¡Rápido, dale, muevanse ya! - grito con desesperación.
Nadie se mueve. Me doy cuenta que los susurros ya no están. Las caras de todas las personas ahí miran fijo el cometa, o lo que sea que se aproxima, con cara ausente y vacía de expresión.
Desesperado, tomo a una mujer de los hombros y la sacudo con violencia, pero sus ojos siguen firmes en el cuerpo invisible, el humo y la luz.
Tambaleo, más mareado que antes, y un terror desconocido se apodera de mí. Me doy cuenta que ese cuerpo invisible los tiene a todos hipnotizados. Ahora son solo maniquíes muy reales, sin pensamiento, cuerpos de pie inconcientes de la amenaza que se acerca.
Con lágrimas en los ojos corro a cualquier parte, lo mas lejos posible, en dirección contraria al cuerpo descendente.
Después de unos minutos, un gran estruendo transforma la realidad. Sin mirar a mis espaldas, entro en la primer puerta que veo y me lanzo al piso de bruces - pobres los dueños de la casa que estan afuera a punto de morir-.
Con los párpados cerrados por el temor, noto que la luz es muy potente: la oscuridad de mis párpados ya no es tal. Siento que ardo en llamas eléctricas, como si fuera alcanzado por distintas corrientes o rayos en todo mi cuerpo, que expulsa gritos de sangre. Lo único que se oye son derrumbes de edificios y sonidos de desastre.
Pierdo el sentido del olfato. Pierdo la vista. Pero el tacto, por desgracia, no.
Luego de un tiempo en el que quedo inconciente, mi vista se recupera de a poco, y noto que estoy vivo de milagro.
Hoy soy capaz de escribir esto, y lamento decir que el daño es absoluto; no hay personas, ni animales, y apenas hay algunas plantas y árboles que sobrevivieron.
No se que fue lo que cayó, lo que terminó con la gente y tal vez con la humanidad entera - si es que esto se vió en todo el mundo, pero sospecho que después de un año sin que llegara nadie, es porque no hay nadie o nadie puede venir -, pero lo mismo da.
No voy a decir nada de mi estado, solo que mis heridas me deformaron hasta no parecer humano.
Todavía espero encontrarme con alguien, y si no puedo, ojalá encuentres esto en alguna parte.
jueves, junio 11, 2009
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2 comentarios:
Mamma mia, el fin del mundo en tu texto. Bárbaro pero melancólico. Siempre original vos eh, te extraño amigote
parece el prerelato a esa pelicula exterminio. me llevo nuevamente a la escena donde el chico camina la ciudad vacia. imagenes muy poderosas. lo mas aterrante no es el fin del mundo sino la soledad extrema. un saludo
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