sábado, agosto 01, 2009

El peor destino (el Caminante IV)

Caminaba por el sendero de tierra cuando una bandada pequeña de gorriones pasó apenas sobre él. Sonrió al verlos proyectarse por el aire, pero tal sonrisa se le esfumó al ver que el vuelo era nervioso y alarmado. Llegó a la curva y dobló por ella, pronto llegaría a la cabaña por el camino más bello que conocía y el que a la mañana había sido una bendición...

Un momento de duda. ¿Un detalle, tal vez?. No, más que eso. Se detuvo. Algo estaba mal. No estaba así. No podía estar así. ¿Los árboles giraron contra él? ¿La naturaleza acababa de decidir que lo detestaba?

- ¿Qué cambió? - dijo al aire petrificado, diferente del que había estado sintiendo.

Una gota solitaria nació en su nuca y bajó por su espalda, contagiando a su cuerpo la densa tensión del aire. Un viento animal apareció de repente para sacudir todas las hojas de los numerosos árboles, creando un sonido extraño y perturbador de campanillas creadas a base de flores muertas que logró transformar su preocupación en miedo.

- ¿Qué... qué cambió?...

"¿Estaba nublado recién?" se preguntó. Le parecía que no, pero debía de estar equivocado. El cielo estaba carbonizado a pesar de que recordaba con claridad la tibieza del Sol en su rostro hace minutos, cuando no lo tapaban los árboles del bosque. ¡Por Dios, tenía la gorra puesta, había Sol segundos atrás!. Recordaba también hace solo un rato el calor cómodo y clásico del final de la primavera, donde el verde es el más vivo de los colores, y de repente todo se había vuelto gris: comprendió que las flores y los árboles, lejos de querer infundirle miedo como había pensado, también sentían el profundo terror del ambiente, él y toda la vida de allí estaban siendo víctimas de algo innombrable y maléfico.

A la distancia, un ligero ruido acompasado. Una rama se rompió no muy lejos de aquel hombre. Tuvo frío. Empezó a tiritar.

Los segundos se negaban a pasar. Lo único que podía escuchar era el golpeteo de sus dientes por el movimiento de sus mandíbulas y los golpes apresurados de su corazón que temía no volver a latir. El viento había escapado, al igual que el aire; los animales e insectos la mayoría había muerto. No sabía como, sólo lo sabía.
El ruido acompasado de nuevo, más cerca. Ni su corazón se animó a opacar a ese ruido, a esos pasos cada vez mas cercanos...

Y apareció. De entre los árboles sin vida surgieron todos los miedos del hombre. La soledad estaba allí, junto con la locura, y junto con la desesperación, el abandono, el pánico, el terror, la muerte. Todo estaba allí, rodeado de sombras que ese ser expandía a su placer.

Del ente que salió del bosque, lo primero que vio fue su cabello rojo de tenebrosa concepción, que caía por su nuca, era encerrado en su cabeza por un sombrero negro chato, y que chocaba con una campera de cuero oscuro en el final, pero lo mas notable era la palidez mortal y la macabra expresión de su sonrisa, intimidante como nada más en el mundo.

La criatura sobrehumana enfundada en cuerpo de hombre lo observó unos instantes, y él hombre, a pesar de que no podía ver los ojos de eso por la poco casual sombra que tapaba parte de su rostro, sentía que la mirada no se centraba en su carne, sino que se centraba en su alma, que estaba indefensa contra el depredador que la observaba.
Adelante en el camino había algo irreal, algo que las leyes del universo no deberían permitir: una criatura irreconocible, poderosa, oscura, sin forma y recluida en un cuerpo que no envejece.

- Me dicen "El Caminante de Ojos Negros..." - dijo la criatura.

El hombre comenzó a llorar en silencio mientras su vida se deformaba poco a poco. Quiso suplicar pero no tuvo valor, no era capaz de atreverse a formular una pregunta, ni siquiera una tan miserable. Solo quería morir rápido, que la tortura acabase. Pero no tuvo esa suerte.

- Te necesito - dijo de nuevo el ente - y vas a acompañarme.

- Sí, lo acompañaré...

- Por siempre.

-
Por siempre.

Era imposible resistirse, la primer palabra ya había roto el vidrio fino que protegía su cordura, y las demás terminaron por destrozar su sentido de la realidad y de lo imposible.
Estaba condenado.

La criatura se acercó, y el hombre que había existido en ese envase llamado cuerpo se perdió para siempre, quedó acorralado en su propia mente sin ni siquiera tratar de escapar porque sabía que afuera estaba eso, quedó encerrado viéndolo todo sin poder ser obedecido por sus propios músculos, viendo a eso que lo dominaba por completo.

El único destino peor que la muerte era el suyo.

3 comentarios:

Antonella dijo...

Fah a donde fue a parar el muchachito?(?) vos y tus rankings de cosas raras en el facebook son tremendos. Jaja, te amo sucundruuuuuuuuule

cosasimpropias dijo...

cuando la muerte se convierte en una destino agradable.

Maca! dijo...

Hoy no lei, asique no comento mucho!!


cuidese beso!