lunes, abril 27, 2009

Viaje a las Tierras Iluminadas (el Caminante II)

- Mi amor, ¿no vas a venir conmigo? Podemos viajar juntos hacia las Tierras Iluminadas, donde el rocío llora en la penumbra del amanecer y el cielo se amplía mas allá de la comprensión. Te puedo llevar, podemos ir. - le dice entusiasmado el joven, que recita parte de una vieja leyenda, a su bella acompañante.

La Tierra Iluminada existe, oyen en el viento su llamado dulce, pero es un viaje difícil a través del mar.

- Tenemos que irnos ya, acompañame, te lo ruego. - le insiste por última vez el muchacho.

La dama lo mira, se fija en él, en su cabellera larga y negra hasta casi los hombros, en sus labios, en sus ojos marrones y expresivos, en el peligro, en sus deseos, en los de ella.

- Sí, te acompaño - le contesta segura la mujer, y agrega - pero dejemos algo acá, es lo menos que podemos hacer por el pasado.

Mira el suelo y espera la respuesta de su hombre. Su vestido blanco ondea al viento, al igual que su pelo, y la luz que pasa por entre los árboles relampaguea en su semblante pálido.
Caminan juntos en silencio unos metros hasta encontrarse en la cima de la colina. Ven desde allí las verdes extensiones de tierra, y, más allá, unos ventarrones negros y nubes que amenazan con aniquilar, y lo que parecen huracanes más a lo lejos.

Imágenes de muerte y destrucción invaden las mentes de ambos, de ciudades caídas, de pueblos vacíos y de gente huyendo, gente como ellos.

- Por allá viene... - dice la dama en voz alta sin proponérselo. Gira para ver a su hombre y no lo encuentra. Las órbitas de sus ojos se le agrandan, y luego de mirar alrededor, grita el nombre de su acompañante con todo el aire que es capaz de atrapar.

- Por acá - le contesta.

Corre unos metros hasta ubicarlo. Lo ve subido a la Pirámide de las Piedras, con el martillo improvisado que llevaron durante el trayecto y un trozo de metal que no había visto hasta entonces.

- Estoy dejando el mensaje.

Graba en la piedra mas alta del monumento una frase inventada e improvisada pero que parece correcta, con aire de pérdida. En la piedra mas alta se lee "Existió amor".

Baja y abraza a la mujer, que con lágrimas en los ojos, ve como las nubes amenazantes están cerca.

- No puede llegar hasta acá, ¿no?

- No lo sé, mi amor.

Apurados y de la mano llegan al muelle. Un barco grande y rústico está todavía amarrado y con otras personas a bordo, los últimos sobrevivientes.
Suben y antes de zarpar, sin saber si lo imaginan o de verdad lo oyen, el sonido de botas caminando a paso firme por sobre el cesped penetra en la mente de todas las personas del barco.

Todavía en la costa, una serie de olas hacen temblar la embarcación con el cielo ya cubierto.
En medio de la tormenta, todos oyen una misma frase.

-
Me dicen "El Caminante De Ojos Negros"...

Los bebés a bordo comienzan a llorar, un hombre viejo muere de un infarto, todas las personas dudan si llegarán.


[Publicado por Lucas Corteenelojoderechoqueleduele. Es un placer.]

jueves, abril 23, 2009

El brindis

Ve su rostro impiadoso reflejado en el líquido del vaso. Solo piensa en el frío de su sangre, en lo útil que es en momentos así. Mira fijo con una sola duda, la de por qué no se detiene, la de si es normal no sentir nada. Parece que para ella es normal.

- Feliz cumple, mi amor - le dice sonriente mientras le da un beso en los labios a su marido; él contesta algo poco relevante y no piensa nada en particular, solo está contento en pasar otro año de su vida. El es feliz con ella, pero no hay viceversa.

Los dos vasos cortos están llenos con tequila, bebida predilecta de ambos, y ella dice la palabra "brindemos", sabiendo lo que tendrá una respuesta satisfactoria. Ya puede vislumbrar todo: la cama donde ahora están ambos estaría siendo observada por un grupo de policias, mientras otro grupo toma muestras de unas pastillas que resultarán ser cianuro, sobre el suelo estaría marcada con tiza una silueta con la forma de su esposo, y buscarán un dinero y ropa de mujer que estarán en una valija, a kilómetros de distancia, junto con la reciente viuda.

-
Brindemos por este amor, que siga por siempre - dice el hombre sonriente, que observa el cabello castaño claro de su mujer, y lo compara en su mente con el color de las primeras hojas de otoño.

-
Brindemos por eso - contesta la mujer, mirándolo a los ojos.

Los dos vacían sus vasos al mismo tiempo.
El marido frunce el seño y pregunta si el tequila tenía algo raro.

-
Sí amor, tenía veneno - responda la mujer feliz, mostrando dientes blancos como la muerte en su sonrisa de diamante.

-
¿Que? Dale, en serio te digo.

Ella sonrie y no responde, él lamenta el trago al comenzar el dolor. Su vida se extinguía junto con su respiración, y su esperanza languideció en el momento en que se perdió su pulso.


- Maldíta mujer... - fue lo último que susurró en su paso al otro mundo.

Ella tomó sus cosas y llevó todo lo necesario para cruzar la frontera. Comenzaba su nueva vida.

Pensó en que ni siquiera era tanto el dinero por el que lo había asesinado, pero no se arrepentía. ¿Si no había sido por el dinero, por qué lo había matado? No sabía y no le importaba, solo lo hizo y ya.

Probó que el amor es ciego y que la cercanía a la muerte abre los ojos: recién en sus últimos segundos el hombre de su vida se había dado cuenta lo que en verdad ella era.

lunes, abril 20, 2009

Julieta en el jardín

- Mirá, una rata.

- Sí, mirá.

El hombre rubio, alto y blanco, en su reposera sigue mirando por la ventana con una botella de cerveza en la mano. El otro está de pie detrás suyo, indiferente. Con la noche en su apogeo no se puede ver casi nada, solo las luces anaranjadas de la calle y el reflejo de algún que otro auto.

- Che, ¿y como está Julieta?

- Bien, ahí anda, la vi el otro día, andaba pesada, viste como es.

- Uh, sí, debe ser un dolor de huevos esa mina.

- No te imaginás, más pesada que la mierda la guacha, pero bue, hace días ya que no la veo.

- ¿Pero no estabas casado con ella?

- Sí, pero igual.

- ¿Pero como hacés para no verla? Viven en el mismo lugar, está por tener a tu pibe, se aman... ¿Se aman, no?

- Estamos pasando un tiempo difícil.

- Ah, bueno, pero igual, ¿cómo es que no la ves?

- No sé.

- ¿No sabés?

- Vos sabés.

- ¿Yo sé?

- Sí.

- ¿En serio?

- Sí.

- ¿Cómo?

- Las flores.

- ¿Que pasa con las flores?

El rubio se pone de pie y ve un ramo de crisantemos secos en un florero.

- Ah, las flores.

- Sí, las flores.

- Claro.

Toma las flores y se las lleva consigo al jardín de atrás. El hombre indiferente se había ido de nuevo.
A sus pies, en el jardín, en medio del pasto, se ve un montículo largo de tierra removida.

- Tomá Julieta, son para vos. Perdoná, es que estuviste muy pesada.

Deja las flores y se da media vuelta para dirijirse a la casa de nuevo. En el camino toma una pala abollada y manchada con sangre seca. La deja adentro sin darle mayor importancia. Se vuelve a sentar en la reposera a tomar cerveza.

- ¿Viste el partido ayer?

- Como zafaron las gallinas...

- Sí, el culo que tuvieron...

martes, abril 14, 2009

La mujer del Campo de Rosas

Ella está danzando en el interminable Campo de Rosas. Su piel no sufre el roce de las espinas, que se ablandan cuando ella anda cerca. La belleza de las rosas es su belleza, imposible de igualar. Una magia esclava la sigue, la hace brillar a la luz del Sol como un diamante, y la convierte en una estrella en medio del jardín rojo de la perfección.

Desde mi lugar, las rosas llegan hasta el horizonte y lo cubren todo con su fragancia, suavidad y hermosura. Sé que en algún lugar está ella, siendo acariciada por los pétalos que la aman. Pertenece a una clase angelical, algo más que un ser humano, algo mas divino. Hace tiempo que nadie la ve, pero todos la sienten, y en los atardeceres, en la cercanía del jardín, se la puede escuchar cantar junto con pájaros que se animan a piar al ritmo de su voz, y las personas que por allí pasan no pueden evitar conmoverse.

Muchos han intentado penetrar en el Campo de Rosas, pero hay allí un hechizo cruel. Las espinas de las rosas cortan sin piedad la piel de los que ingresan, su dulce fragancia se convierte en un veneno mortal; la persona tambalea, cae, sigue produciéndose heridas incurables, y al final, la sangre derramada contribuye a aumentar el color rojo de las Rosas.

A pesar de todo, siento que debo entrar. En sus cantos siento que me dice que pase, que las flores sagradas no me lastimarán. Al principio, mi miedo a la muerte era complensable con las ganas de estar a su lado, pero ahora no es igual. Si debo morir por ella, lo haré sin arrepentirme.

Por eso voy al Campo de Rosas, a enfrentar lo que tenga que pasar, y si no se me permite pasar, está bien, yo seguí mis deseos y me jugué a la suerte. Será lo que tenga que ser. Estoy a merced del destino.

sábado, abril 11, 2009

Ciudad Fantasma (el Caminante)

Andaba por los camino con su abrigo de lana, y el frío de los vientos solo lo sentía en su rostro cuando miraba hacia delante. Su caballo, que lo había encontrado pasteando libre por la pampa, era ahora su única amistad. Desde hacía semanas, cuando se despidió de esa dulce chica rubia que tan bien lo había hecho sentir, que no veía a otra persona.

El mundo no siempre había sido así, le había dicho un grupo de ancianos, antes todo era mejor; decían que había pasto por todos lados, extensiones verdes coloridas que hacían a uno sonreir, y no tantas montañas que oscurecían todo y dejaban terreno no apto para la vida. Antes había fluidos ríos que se conectaban en varios puntos, y ahora los ríos alrededor de la ciudad de la que provenía eran pocos y de caudal mínimo. "Antes era mejor" siempre dicen los viejos, como si al que vive ahora le importara.

Volvió a levantar su rostro y miró alrededor. Estaba pasando por el punto del que tanto le habían hablado.

Unos grandes muros de algo que parecía concreto se levantaban por todos lados, como raices de una planta que salen a la luz. Esas cosas estaban por todas partes, sin duda en el pasado se habían usado mucho, aunque él no tenía idea para que. Algunas parecían formar casas, pero se veían tan siniestras y grises que no se animó a mirarlas por mucho tiempo. De repente, lo que antes era una llanura en su mayoría verde, ahora estaba lleno de ruinas de la antigua civilización.

No se dio cuenta en qué momento el clásico repiqueteo de las pezuñas del caballo había sido reemplazado por otro sonido, pero cuando se dio cuenta, miró al suelo y vio que estaba cubierto por un material diferente, que no era normal y que nunca había visto. Era pavimento, pero para él era algo muy extraño e inédito, cosas como el asfalto ya no existían.
Cada vez que se metía mas en las ruinas se sentía peor. Toda esa tétrica imagen... casi podía asegurar que en algun lugar cercano, había seres o fantasmas observándolo con fríos y asesinos ojos.
No sabía muchas cosas de ese lugar, pero los ancianos le habían dicho el nombre de la ciudad: Buenos Aires.

Ahora era pura ruina, luego de la tragedia que azotó al mundo.
Algunos dicen que lo hizo un ser malvado, que parece un hombre pero que es mucho más, que tiene pelo rojo y usa una chaqueta de cuero, dicen que se rió a carcajadas en la cara de Dios y que dio el sufrimiento y la muerte al mundo; dicen que llamó a hombres y mujeres despiadados y sin alma, y los reclutó para acabar con los sobrevivientes, y se sabe que los Reclutados todavía existen.

Y pasando por las ruinas de esa ciudad inmensa, sintió miedo.
- Me dicen "El Caminante de Ojos Negros..." - escuchó de algún lado, y el caballo relinchó tan de golpe y tan fuerte que no lo pudo controlar. Cayó de espaldas al pavimento, y el caballo escapó de su vista en segundos.

Miró alrededor, sin ver nada mas que destrucción. No se pudo mover, estaba paralizado.
Sus oídos empezaron a captar un sonido que podría haber sido cualquier cosa, pero él, pese a no quererlo, lo reconoció al instante: el efímero, breve y duro sonido de unas botas caminando a paso firme y seguro.
Se echó a llorar, con pánico, terror y desesperación.
El Caminante lo encontró, y ese fue su final.


[Que bueno que tengo lo de SafeCreative, esto me gustó]

miércoles, abril 08, 2009

La pasión de la velocidad

El frío me hace sufrir mas que el cansancio acumulado. No hay nada mas descorazonador que el frío constante. La tormenta blanca me desconcentra, me hace tiritar, me congela, pero tengo que seguir antes de que el clima empeore, lo que puede pasar en cualquier momento. El motor de la Harley es lo único que permanece tibio, me da una dosis de calor necesario y una ligera renovación continua para mi voluntad; la Harley es una parte de mí, mi parte irracional, romántica, llena de pasión. Adelante la ruta se estira hasta donde llega la vista, y yo estoy acá para recorrerla. Es un desafío en el que estoy junto a mi monstruo metálico de un lado, y el camino, infinitos caminos, extendiéndose en cada horizonte, en el otro. ¿Hasta donde se puede llegar siguiendo todos los caminos posibles? Lo descubriré.


[Digamos que si fuera a un taller de escritura y me pidieran un monólogo de diez renglones sobre lo que sea, llevaría esto.]

lunes, abril 06, 2009

La Recoleta

Convencidos de la caducidad
por tantas nobles certidumbres de polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto.
Bellos son los sepulcros,
el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
la conjunción del mármol y de la flor
y las plazuelas con frescura de patio
y los muchos ayeres de la historia
hoy detenida y única.
Equivocamos esa paz con la muerte
y creemos anhelar nustro fin
y anhelamos el sueño y la indiferencia.
Vibrante en las espadas y en la pasion
y dormida en la hiedra,
sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son formas suyas,
son instrumentos mágicos del alma,
y cunado ésta se apague,
se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
como al cesar la luz
caduca el simulacro de los espejos
que ya la tarde fue apagando.
Sombra benigna de los árboles,
viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
alma que se dispersa en otras almas,
fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
milagro incomprensible,
aunque su imaginaria repetición
infame con horror nuestros dias.
Estas cosas pensé en la Recoleta,
en el lugar de mi ceniza.


J. L. Borges.


(La verdad no sé si a alguien le importe lo que diga acá, pero para mí, Borges es mucho mejor que Cortázar)

jueves, abril 02, 2009

El Eterno

Caminando con su largo baston y envuelto en su capa gris camina el Hombre Eterno. Sus años son tan incontables como sus trabajos, ocultos por un manto de misterio y de sigilo. Nadie sabe de donde es, donde nació, cual es su verdadero nombre. Solo lo ven caminar y ya sienten un escalofrío. Hay gente que lo ve en extraños sueños, y otras que lo descubre en visiones místicas, y nadie contradice a esas personas.

Todos saben de la magia de la que el Eterno es capaz.

Aseguran que erró por tierras inhóspitas, que lideró religiones olvidadas de hombres de pasado remoto, qué conoció a hombres de toda clase y pueblo, que es tan antiguo como las montañas.

El Eterno no es mas que un hombre de poder desconocido.

Recuerdo de una charla que una vez tuve con el, en los fértiles campos que, luego de su visita, quedaron casi estériles (no se si esto es casualidad o causalidad, de usted depende juzgar.) Su filosofía era implacable, y de mi torpe memoria solo quedan resquicios de esa sabiduría aprendida a lo largo de siglos.

- Este mundo - me dijo - es ínfimo. No es mas que un mundo dentro de otro mundo mas grande, y así sucesivamente, armando una gran cadena, que forma otro mundo mayor, pero a la vez pequeño en comparación con otro. La Tierra no es mas que una mota de polvo en el aire, o un átomo de cualquier elemento.

- Mira estos dos trozos de leña, por ejemplo. - me djo señalándome la hoguera. Se acercó y prendió fuego unos restos de madera seca - En estos momentos estoy extinguiendo miles de mundos, millones, y con ellos toda la vida. Yo acabo de prender fuego mil Tierras, ¿lo entiendes, muchacho? Fui terrible, fui el Satanás de cientos de miles de millones de formas de vida infinitesimalmente mas pequeñas que nosotros. ¿Ahora entiendes la fragilidad de los mundos? Es todo tan simple e increíble a la vez, ¿no lo crees?

Encendió su pipa y comenzó a fumar. Sus palabras me tenían anonadado y sin respuesta. ¿Qué era lo que se suponía que tenía que decir? No lo sabía, y recién luego de un rato de silencio pensativo logré preguntar.

- Entonces... Estamos en peligro... - dije sin convicción, sin que fuera ni pregunta ni afirmación, sin valor.

Me miró con intranquila paciencia, como si su mente ya viera dentro suyo miles de dilemas y preguntas llevadas por el asombro y la duda por la gigante cadena de mundos, pero teniendo que decirme la parte mas básica a mi, un pobre chico desconocido y anónimo.

- La tierra podría arder en cualquier momento. Hay alguien, alguna forma de vida mayor que nosotros que tiene el poder sobre este mundo, que yo por desgracia desconozco. No es mas un Dios que yo para la leña, pero aún así es poderoso y tiene la opción de destruir todo lo que tú conoces, chico. Sí, estamos en peligro, cada segundo que pasa.

- ¿Cómo sabes todo esto? - pregunté yo, curioso y aterrado.

- No puedo decírtelo, chico. Lo pude ver todo, no se por qué ni como, pero lo vi.

Y antes de que se perdiera en el horizonte, emprendiendo su marcha de nuevo, dijo en voz alta, aunque sin intención.

- La cadena de mundos se ve en un collar de diamantes.

Y es por eso que escribo esto. Escribo por él, porque murió. El Eterno no es mas eterno.

Y escribo por mí, porque yo vi su collar de diamantes, y lo entendí todo.