El reto es llenar la página en blanco. Quiere algo bueno pero hoy no es el día, al parecer, igual que no lo fue el de ayer, o el anterior, o el anterior a ese, o cualquier día desde hace dos años, cuando terminó la última obra, cuando terminó una vida y empezó otra.
- Mierda... mierda. - dice con la seguridad de haberlo cagado todo.
Otra vez triunfa la página en blanco.
Se tapa la cara con las dos manos y empieza un llanto dramático que no tarda en enloquecer.
Si alguien pudiera ver el cuarto, comprendería muchas cosas. El lugar en sí es un desastre: hay cosas rotas y sucias, ropa tirada por cualquier lado, olor a alcohol, a vómito y a cigarrillo. En toda la casa no hay una sola foto, ni de familia ni de alguna persona; lo que sí hay son cajas, muchas cajas rectangulares, pequeñas, blancas, con un nombre complicado, escrito con letra grande en un lado, y muchas letras pequeñas, diminutas, del otro. En esas pequeñas cajas existe lo que a ese hombre le importa más que nada: pastillas.
El llanto de impotencia se transforma en llanto de odio. Se levanta y destroza lo que tiene a mano: empuja los vasos de la mesa y los deja estrellarse contra la pared y luego con el suelo, toma una silla y la parte contra el piso, y, con lo que queda, golpea un televisor inofensivo que estalla en chispas y en pedazos oscuros de vidrio; empuja el televisor al piso y vuelve a pegarle con la silla una vez, dos veces, tres veces. Poco a poco se cansa y colapsa su ataque de cólera.
Se arrodilla con sus ojos arrasados en lágrimas; el llanto ahora es de tristeza, de verguenza y de un dolor que no se puede entender con palabras. Incontables pedazos de vidrio están clavados en sus piernas que liberan pequeños pero fluidos canales de sangre.
Unos minutos después comienza a notar el dolor físico, pero no le da importancia. Está en la cama sentado, con una copa casi llena de Bourbon sobre la mesa de luz, y en la mano, todas las pastillas de cuatro cajas.
Tiembla, y en esa duda se le ocurre dejar una nota. Sin pensar sobre qué, escribe. Cuando termina, deja la birome, se pone la mitad de las pastillas en la boca, y bebe media copa; luego la otra mitad de pastillas y la copa vacía.
Se acuesta sobre la cama, y antes de irse, lee su última nota. En ella encuentra pasión, sentimientos y un orden cristalino en cada oración, se da cuenta que su nota tiene belleza, y es lo mejor que jamás haya escrito.
Con una sonrisa final acepta la ironía, y muere ahogado en el vómito de los narcóticos.
miércoles, junio 03, 2009
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3 comentarios:
todos tus relatos siguen la misma isotopia de soledad y suicidio. esta en particular me recordo lo desesperante q es sentarte ante una hoja en blanco q nunca se llena de tinta. un saludo!
Quiero saber qué decía la nota. Y voy a pensar en ser seguidora tuya porque dañaste mis sentimientos ayer. MALAONDA igual te quiero
PEOR charlie sheen es otro amorfo que me cae mucho peor que michael sheen, al menos michael sheen actua bien.
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