sábado, mayo 09, 2009

La canción

En esta habitación todo empezó.
Era la noche del Carnaval, hace ya un par de meses. Había luna llena que esclarecía las sombras desde distancia inimaginable, que daba vida al piano y a la partitura que estaba apoyada delante mío. Tocaba, como siempre hago, obras de Mozart, Bach, Beethoven y otros compositores del siglo XVII y XVIII.

El invierno me mantenía encerrado. La lluvia y el frío exterior contrastaba con el cálido ambiente del salón. La chimenea crepitaba y mantenía un calor primaveral.
Era todo pacífico, nada fuera de lo común.

Yo estaba sumido en mi música, me hundía en la espiral del sonido para sumergirme y ahogarme en ella, y no escuché el momento en que mi amada entró. Era preciosa, de larga melena marrón, de ojazos claros y de una figura proporcionada y esbelta.
No la había visto, y cuando lo hice, estaba a unos metros del piano, dejando una tetera y tazas en una bandeja sobre una mesa. Me llamó la atención su expresión de sorpresa, pero no indagué y seguí con mi música.
Ahora, con todo lo sucedido, puedo decir que en ese momento algo raro pasaba, algo me poseía, algo extraño y hasta entonces sutil.
De repente mi mujer me señaló el rostro, consternada.

- Víctor... ¡Víctor, sangre! - me dijo.

- ¿Qué decis? ¿Donde? ¿que pasa?

Rápida, sacó las cosas de la bandeja y vino hacía mí para poner el improvisado espejo enfrente de mi rostro. La imagen me dejó perplejo.
De mis ojos salían ríos de sangre a gran caudal, lo mismo ocurría en mi nariz, en mis orejas y de mi boca, y no lo había notado. La música estaba descontrolada, rústica, oscura, perfecta, horrible. Los silencios y las notas se comportaban como celadores de una guardia del inframundo que custodiaba mi tortura. Mis dedos se movían solos, no podía frenarlos ni desviarlos.

Era un concierto de una fuerza malévola, yo un títere, un adorno sentado frente al piano.
Mi sangre no dejaba de fluir, y fue entonces cuando pasó lo demás.

Mi mujer empezó a toser con violencia temible, y en cuestión de segundos, de su boca salió un torrente repugnante de sangre y tejidos.
Se arrodilló y pude ver la sangre turbia, casi negra, en su boca y en el suelo, y los pedazos cartilaginosos que eran expulsados figuraban en una imagen que asquearía a cualquiera.
Empezó a producir sonidos roncos y guturales como síntoma de que no podía respirar. Su semblante empalideció, tosió un poco más, se puso azul, violaceo, y luego cayó muerta sobre la sangre que había despedido.

Grité su nombre en vano varias veces antes de comenzar un llanto pobre y solitario.
La música estaba peor que nunca, más lenta, mas melancólica, igual de siniestra, y no tenía fin. No podía ver por culpa de las lágrimas y de la sangre que nublaban mi vista, pero mis oídos seguían bien, y pude oír un nuevo quiebre en la malvada canción. Volvió el ritmo veloz, que amenazaba con sacarme la poca sangre que me debía quedar.
Mis brazos comenzaron a moverse a una velocidad que no sabía que podían alcanzar, y la canción siguió su curso.

En medio del delirio infernal, las paredes empezaron a desmoronarse. Se desprendían pedazos de madera y ladrillos, y giraban junto con un viento huracanado que no sabía cuando había llegado. El techo se rompió y cayó por todos lados, excepto encima mío y del piano, cualquier cosa que podía golpearnos, nos evitaba.
En el climax de la locura pude sentir en mi pecho, en mis piernas y en mis brazos, un dolor hormigueante que crecía; y me di cuenta qué era cuando vi mis manos: mi piel se rompía, se partía, y por cada poro se vertía sangre que mi cuerpo se negaba a contener.

Mis gritos y mi dolor eran inútiles, pues el piano seguía sonando, y la música del mal parecía infinita.
Un claro "crack" se escuchó cuando mis hombros se dislocaron a la vez, pero eso no me separó del instrumento.

La música siguió y siguió hasta que, por milagro divino, hubo un final.
Un final.
Al fin.


Está de más aclarar que cuando pude recuperar la libertad en mi cuerpo, intenté irme lejos del piano, pero, por desgracia, no pude, y caí desmayado.
A la mañana siguiente desperté y vi el desastre total. Toda la casa estaba devastada, las paredes y el techo formaban una sola montaña de basura, y en cuanto a mi mujer, debía de estar por allí enterrada.

Lloré hasta no poder más.
Unos hombres llegaron mas tarde y me llevaron al hospital, sobre eso nada mas importa.

Jamás olvidaré lo que pasó, el terror me es inolvidable.

2 comentarios:

Sonii dijo...

Sin palabras, esta genial.

Anónimo dijo...

la moraleja: no uses demasiada sal si sos hipertenso.