lunes, mayo 25, 2009

Un tipo de miseria

Abre los ojos hinchados y ve, de pie y de espaldas, a una mujer que le es desconocida hasta el momento. Su cabeza late con la intención de explotar, y su hígado da punzadas como síntoma de protesta.
Suspira con sonoridad y la mujer voltea y sonríe.

- Hola bombón, ¿cómo dormiste?

Es pelirroja, está semidesnuda y tiene una voz aguda insoportable. Se viste, lo que asegura que dentro de minutos se irá, lo que es una buena noticia para empezar el día.
Su vista es borrosa, siente sus ojos irritados y apenas abre los párpados. La migraña se refuerza con cada palabra que sale despedida de la boca de la mujer.

- ¿Por qué te tapás la cabeza así? - pregunta con inocente curiosidad.

- Porque no quiero manchar todo cuando me explote la cabeza...

La mujer ríe y se sube la pollera hasta la cintura, se la acomoda, y terminado ese asunto, busca un corpiño perdido en algún lugar, en esa casa o antes en otro lado.

- ¿Cómo era tu nombre?

- Débora. - contesta amargada pero no sorprendida.

- Débora, haceme un favor: pasame la botella transparente, la que tiene líneas roja. - dice despacio cada una de sus palabras, y apunta con el índice hacia un estante colmado de latas vacías de cerveza y otras botellas de distintas bebidas. La mujer va, lenta, y agarra una con dudas.

- ¿Esta?

- Sí, ese color se llama "rojo". Ahora pasamela.

La mujer, aún mas amargada, guarda los insultos en su mente no muy sabia y le da la botella de marca rusa con desaprobación. El hombre bebe sin pausa, sin pestañear y sin dudar.

- ¿Qué es eso?

- Vodka. - responde él, en su primer descanso luego de varios tragos.

- ¡Animal, no podés tomar así! ¡El alcohol te hace mal! ¿Te queres matar, vos? ¡Estás loco, sos un estúpido!

- No grites, por favor, no grites...

La mujer, paralizada, con sensaciones que iban de la indignación a la pena, mira asombrada unos cinco, diez, quince, veinte, treinta segundos; luego pestañea, mueve la cabeza sin comprender, y lo mira un poco mas aunque nada cambia.
Da media vuelta y comienza a buscar el corpiño de nuevo. En la búsqueda encuentra un portarretrato con una foto. En esa foto está el hombre con el que se acostó y otra mujer, y tenía la fecha algunos meses atrás. Estaban alegres, sonrientes. Felices.

El hombre de la foto contrarrestaba en todo con el que ahora estaba en esa cama.

Nota que la foto también tiene otra palabra escrita y subrayada: un nombre.
Lo dice en voz alta sin pretenderlo, y una serie de toses graves la trae de nuevo a la realidad. Esconde la foto rápido en algún lugar de la mesa con temor a que el hombre se enoje, y finje seguir en la mística búsqueda del corpiño perdido. Al no encontrarlo, se pone una remera roja ajustada, se acomoda el pelo, y ya está lista para irse.

- Che, me tenes que bajar a abrir. - dice mientras se coloca cuidadosa una hebilla y se arregla un poco más.

Silencio.

Largo.

Un suspiro ligero, un ruido ínfimo y un creciente olor a alcohol provocan en ella una reacción espontánea. Alarmada, vuelve la cabeza.

La escena le hiela la sangre: el hombre está boca arriba, con los ojos en blanco y con contracciones mínimas en el pecho; la botella de alcohol había resbalado de su mano y caído en el colchón, vertical, abierta, y su penetrante olor estaba libre.

Grita horrorizada e intenta ayudar al hombre, con la esperanza de que no sea demasiado tarde.
Él se ahoga y se despide. No quiere irse, pero ya parece inevitable. La mujer llega y ejerce presión en el pecho repetidas veces, varias veces. Del rostro del hombre allí acostado brotan lágrimas de asfixia.

Al tercer intento de la mujer, el hombre tose y escupe cantidades inmensas de líquido parecido al agua pero que está segura que no lo es. Respira.

Dévora mira y llora aterrorizada. La respiración de él se recupera de a poco, con toses graves. Pasan unos minutos así, con solo miradas del uno al otro.

- Por qué...decime por qué tomas... es veneno eso.

Pasan unos segundos sin respuesta, en los que su respiración era lo único importante. Y luego contesta.

- Es que... - tose un poco más, y vuelve a empezar.- Tengo algo adentro... que quiero matar.

La mujer por primera vez encuentra en el rostro del hombre una miseria profunda e inexplorada como el fondo máximo de un océano, una tristeza insoportable, una confusión perturbadora.

Se da cuenta que, si bien no es capaz de demostrarlo, ese hombre sufre, y ella comienza a llorar por él.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

cómo me gusta leer lo tuyo.
si sacás un libro de cuentos o relatos, te lo compro, es una promesa jaja
un abrazo lucas!

cosasimpropias dijo...

hermoso relato. me obligo a leerlo de pe a pa :)