lunes, julio 13, 2009

La Muerte Helada

Mirando hacia adelante solo podía ver su blanca respiración y el cielo indiferente y más lejano que nunca, que se mezclaba con la próxima colina a tal punto que no sabía donde terminaba uno y empezaba lo otro. El sendero era visible, único, marcado con fervor ancestral por los témpanos existentes a ambos lados que dejaban solo ese resquicio para caminar hasta Dios sabía dónde, pero no le quedaba otra alternativa: por el accidente y el frío, era la última persona de la embarcación con vida.

A pesar de tener todos los abrigos de sus compañeros fallecidos, el aire glaciar se hacía notar en su piel hasta congelarla y entumecerla, dejándola dormida en un sueño preparativo para la Muerte Helada que lo estaba siguiendo por ese camino desde que lo inició. Creía escuchar sus pisadas, el crujido que hacían sus husudos pies al posarse sobre la nieve, y el sonido fugaz que hacían al andar sobre el hielo.

El hombre se dio vuelta rápido para observar por un instante un destello más blanco que todo alrededor, algo brillante que era bordado por un aura roja, y sabía que esa era la Muerte Helada, que lo seguía incanzable e indestructible.

El camino ascendía como una colina montañosa, y empezó a cansarse. Las piernas acosadas por el frío no podían cumplir con las órdenes del cerebro agobiado, y avanzó con creciente lentitud hasta casi frenarse por completo. No recordaba la última vez que había dormido, no recordaba haberse sentido tan cansado, y pensamientos así se sumaban a su mente, hasta que el sonido cercano y permonitorio de una pisada le renovó el espíritu.
Un gruñido se escuchó en el gélido desierto cuando aceleró y pudo escapar de la Muerte que se había dejado oír por primera vez. El hombre gritó de dolor cuando unas garras níveas destrozaron su espalda y sus abrigos, pero se pudo mantener en pie y continuó con su escape ensangrentado.

Ella lanzó otro gruñido, esta vez mucho mas alto, para que llegara al alma del hombre, que entendiera que no había salida, que del páramo congelado no iba a escapar, provocó una avalancha gigantesca: desde ambos costados se escuchaba el nival armamento que la Muerte Helada había lanzado.

El hombre corrió con toda la energía que pudo y llegó hasta el final de los dos témpanos. Se desvió hacia un lado y, sin parar de correr, miró hacia atrás, y vio la avalancha que se acercaba reptando hambrienta.

Pero de repente la avalancha frenó. El hombre, ensimismado, miró la nieve que había dejado de avanzar de forma tan drástica sin entender. Luego miró hacia arriba, hacia la cima del témpano y comprendió que había sido todo un juego, pues allí estaba ella: una figura fantasmal, más blanca que la nieve y las nubes, más terrorífica que un monstruo indecible, más astuta que cualquier ser viviente, más antigua que cualquier civilización milenaria, allí estaba la Muerte Helada, de la que nadie podía escapar.

1 comentario:

Antonella dijo...

Pobre muchacho(?)
No en serio, muy buen texto flaquito. Espero que estés mejor de tu locuranoreconocida (por mi).